sexta-feira, 15 de junho de 2018

Toponimia (II). Argentina



Por Virginia Elena Hernández

El topónimo Argentina nace de una leyenda. Eran muchos los mitos que pululaban en la época de la conquista y colonización españolas: el mito de El Dorado, el de la fuente de la eterna juventud, el de las Amazonas, el de la Isla Brasil, el de las Siete Ciudades... Algunas leyendas, como la de la fabulosa isla de Antilia (una isla que estaría al oeste de España y en la que se decía había toda suerte de tesoros), provenían del Viejo Mundo; otras, como la de la isla Bimini (ubicada en las actuales Bahamas y donde se creía que se hallaba la fuente de la eterna juventud) o la del Rey Blanco (el supuesto monarca de una riquísima región en el interior de Sudamérica), son oriundas del continente americano. Precisamente a esta última deben su nombre tanto el topónimo que nos ocupa como el hidrónimo Río de la Plata.


    En 1526, el navegante Sebastián Gaboto, acicateado por las sorprendentes noticias de una fabulosa sierra de plata en el corazón de América del Sur, decide cambiar de rumbo: en vez de dirigirse a la Especiería, en el océano Pacífico, se aventura por el Río de la Plata en pos del mítico imperio del Rey Blanco y su grandiosa montaña de plata maciza. Esta tierra legendaria corresponde a la actual Bolivia y a su cerro Potosí, el cual contaba en la época con abundantes vetas de este metal. Así, el río más ancho del mundo, el Paranaguazú de los guaraníes –río ancho como mar–, al que Américo Vespucio bautizara como río Jordán y al que Gaboto diera el nombre de río Solís, se convierte en el camino de entrada hacia estos yacimientos. De ahí su nombre. Y de ahí asimismo el nombre de topónimos como Mar del Plata y La Plata, en la costa argentina, y Parque del Plata, en la costa uruguaya.


    De esta proverbial riqueza del continente americano dan buena cuenta, amén del nombre Argentina –del latín argentum (es decir, ‘plata’), término que a su vez deriva de una raíz indoeuropea arg- (‘brillante’)–, y de las expresiones ‘valer un Perú’ y ‘valer un Potosí’–otros nombres de lugar como Costa Rica, Puerto Rico, Costa de las Perlas, etc.
    El topónimo Argentina aparece por primera vez en el poema histórico La Argentina o la conquista del Río de la Plata (1602) del extremeño Martín del Barco Centenera.
    En la Argentina no había fabulosos yacimientos de plata, pero sí hermosos paisajes que se extienden desde la cálida selva de Misiones en el norte hasta los hielos perpetuos del sur. Por ello creemos que, con plata o sin ella, su sonoro nombre le cuadra muy bien. 


    
Otros mitos relacionados con las tierras de América

   Uno de los mitos más difundidos en todos los lugares y todos los tiempos es quizá el de la fuente de la juventud, cuyas primeras referencias conocidas provienen de Heródoto de Halicarnaso. En el continente americano, los indios del Caribe creían en la existencia de un manantial, ubicado en la mítica isla Bimini, capaz de rejuvenecer al afortunado que bebiera de sus aguas. El explorador español Juan Ponce de León, habiendo oído hablar a los indios arahuacos de esta legendaria fuente, se dedica a explorar las islas al norte de La Española con el objetivo de encontrarla. Sus andanzas culminarán con el descubrimiento de la Florida, en Estados Unidos (y sin el hallazgo de la tan ansiada fuente, claro).
    Otro mito antiquísimo, relacionado con la toponimia americana, es el de las Amazonas. Según cuenta el adelantado extremeño Francisco de Orellana, quien recorrió el río Amazonas hasta su desembocadura en busca de El Dorado, el 24 de junio de 1542 su expedición fue atacada por un grupo de feroces mujeres. Este hecho lo llevó a bautizar el río con el nombre de las aguerridas mujeres de la mitología.
    La leyenda de las Siete Ciudades se remonta a la España musulmana. De acuerdo con este mito, siete obispos, huidos de la Península Ibérica en la época de la invasión islámica, se refugiaron en América, donde habrían fundado siete magníficas ciudades de oro.    
   El mito de El Dorado, es decir, la fabulosa ciudad hecha enteramente de oro, sita en algún punto de la misteriosa jungla colombiana o venezolana, es uno de los que gozó de mayor vitalidad durante la conquista y colonización españolas. Fueron muchas las expediciones que se emprendieron para dar con ella. El origen de esta leyenda, sin embargo, hay que buscarlo en la ceremonia de un antiguo ritual de los indios muiscas llevado a cabo en la laguna sagrada de Guatavita, en Colombia. Dicho rito consistía en la investidura del nuevo cacique, el cual tenía el cuerpo cubierto de oro en polvo y era conocido como El Dorado.
   En cuanto a los mitos vinculados con islas, cabe señalar que estas ejercieron desde la Antigüedad una poderosa fascinación sobre el ser humano. Lugares míticos por excelencia, acogen en el imaginario popular no solamente fantásticos tesoros, sino razas privilegiadas que viven en ellas en paz y armonía. Los exploradores y aventureros que emprendieron la conquista de América creían en la existencia de islas como la isla Brasil, la isla Antilia y la isla de las Siete Ciudades (en vez de refugiarse en el continente americano, los siete obispos mencionados antes se habrían quedado en una isla), ubicadas en algún lugar del océano Atlántico y repletas de tesoros.

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