Por
Virginia Elena Hernández
El
topónimo Argentina nace de una leyenda. Eran muchos los mitos que pululaban en
la época de la conquista y colonización españolas: el mito de El Dorado, el de
la fuente de la eterna juventud, el de las Amazonas, el de la Isla Brasil, el
de las Siete Ciudades... Algunas leyendas, como la de la fabulosa isla de Antilia
(una isla que estaría al oeste de España y en la que se decía había toda suerte de tesoros),
provenían del Viejo Mundo; otras, como la de la isla Bimini (ubicada en las
actuales Bahamas y donde se creía que se hallaba la fuente de la eterna
juventud) o la del Rey Blanco (el supuesto monarca de una riquísima región en
el interior de Sudamérica), son oriundas del continente americano. Precisamente
a esta última deben su nombre tanto el topónimo que nos ocupa como el hidrónimo
Río de la Plata.
En 1526, el navegante Sebastián Gaboto, acicateado
por las sorprendentes noticias de una fabulosa sierra de plata en el corazón de
América del Sur, decide cambiar de rumbo: en vez de dirigirse a la Especiería,
en el océano Pacífico, se aventura por el Río de la Plata en pos del mítico
imperio del Rey Blanco y su grandiosa montaña de plata maciza. Esta tierra
legendaria corresponde a la actual Bolivia y a su cerro Potosí, el cual contaba
en la época con abundantes vetas de este metal. Así, el río más ancho del mundo,
el Paranaguazú de los guaraníes –río ancho como mar–, al que Américo Vespucio
bautizara como río Jordán y al que Gaboto diera el nombre de río Solís, se
convierte en el camino de entrada hacia estos yacimientos. De ahí su nombre. Y
de ahí asimismo el nombre de topónimos como Mar del Plata y La Plata, en la
costa argentina, y Parque del Plata, en la costa uruguaya.
De esta proverbial riqueza del continente
americano dan buena cuenta, amén del nombre Argentina –del latín argentum
(es decir, ‘plata’), término que a su vez deriva de una raíz indoeuropea arg-
(‘brillante’)–, y de las expresiones ‘valer un Perú’ y ‘valer un Potosí’–otros nombres
de lugar como Costa Rica, Puerto Rico, Costa de las Perlas, etc.
El topónimo Argentina aparece por primera
vez en el poema histórico La Argentina o la conquista del Río de la Plata
(1602) del extremeño Martín del Barco Centenera.
En la Argentina no había fabulosos
yacimientos de plata, pero sí hermosos paisajes que se extienden desde la
cálida selva de Misiones en el norte hasta los hielos perpetuos del sur. Por
ello creemos que, con plata o sin ella, su sonoro nombre le cuadra muy bien.
Otros mitos relacionados con las tierras de América
Uno de los mitos más difundidos en todos los
lugares y todos los tiempos es quizá el de la fuente de la juventud, cuyas
primeras referencias conocidas provienen de Heródoto de Halicarnaso. En el
continente americano, los indios del Caribe creían en la existencia de un
manantial, ubicado en la mítica isla Bimini, capaz de rejuvenecer al afortunado
que bebiera de sus aguas. El explorador español Juan Ponce de León, habiendo
oído hablar a los indios arahuacos de esta legendaria fuente, se dedica a
explorar las islas al norte de La Española con el objetivo de encontrarla. Sus
andanzas culminarán con el descubrimiento de la Florida, en Estados Unidos (y
sin el hallazgo de la tan ansiada fuente, claro).
Otro mito antiquísimo, relacionado con la
toponimia americana, es el de las Amazonas. Según cuenta el adelantado
extremeño Francisco de Orellana, quien recorrió el río Amazonas hasta su
desembocadura en busca de El Dorado, el 24 de junio de 1542 su expedición fue
atacada por un grupo de feroces mujeres. Este hecho lo llevó a bautizar el río
con el nombre de las aguerridas mujeres de la mitología.
La leyenda de las Siete Ciudades se remonta
a la España musulmana. De acuerdo con este mito, siete obispos, huidos de la
Península Ibérica en la época de la invasión islámica, se refugiaron en
América, donde habrían fundado siete magníficas ciudades de oro.
El mito de El Dorado, es decir, la fabulosa
ciudad hecha enteramente de oro, sita en algún punto de la misteriosa jungla
colombiana o venezolana, es uno de los que gozó de mayor vitalidad durante la
conquista y colonización españolas. Fueron muchas las expediciones que se
emprendieron para dar con ella. El origen de esta leyenda, sin embargo, hay que
buscarlo en la ceremonia de un antiguo ritual de los indios muiscas llevado a
cabo en la laguna sagrada de Guatavita, en Colombia. Dicho rito consistía en la
investidura del nuevo cacique, el cual tenía el cuerpo cubierto de oro en polvo
y era conocido como El Dorado.
En cuanto a los mitos vinculados con islas,
cabe señalar que estas ejercieron desde la Antigüedad una poderosa fascinación
sobre el ser humano. Lugares míticos por excelencia, acogen en el imaginario
popular no solamente fantásticos tesoros, sino razas privilegiadas que viven en
ellas en paz y armonía. Los exploradores y aventureros que emprendieron la
conquista de América creían en la existencia de islas como la isla Brasil, la
isla Antilia y la isla de las Siete Ciudades (en vez de refugiarse en el
continente americano, los siete obispos mencionados antes se habrían quedado en
una isla), ubicadas en algún lugar del océano Atlántico y repletas de tesoros.
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