segunda-feira, 30 de abril de 2018

Las canciones de cuna, cuna de la literatura / As cantigas de ninar, berço da literatura

  
 Por Rosa Clara Elena

No lloréis, mis ojos;
Niño Dios, callad;
que si llora el Cielo,
¿quién podrá cantar?

Félix Lope de Vega.

   
No en vano ha dicho el escritor y folclorista del Siglo de Oro, el andaluz Rodrigo Caro, que las canciones de cuna son las «reverendas madres de todos los cantares y cantares de todas las madres»; pues son estos cantares, de tantas madres y padres anónimos, como los invisibles cimientos sobre los que se levanta la civilización; constituyen los primeros cantos de la humanidad. Esta antiquísima vertiente de la canción popular cuenta con una rica tradición en la literatura de lengua española y portuguesa, tanto en las composiciones anónimas y populares, transmitidas de generación en generación –en las que se funden poesía y canto–, como en las más literarias, las que han salido de la pluma de grandes escritores de todos los tiempos.
            ¿Quién, entre los brasileños, no recuerda los versos «Dorme neném / Que a Cuca vem pegar / Papai foi pra roça / Mamãe foi trabalhar»? ¿O, entre los hispánicos, la canción de origen canario que dice «Arroró, mi niño, / arroró, mi sol, / arroró, pedazo / de mi corazón. / Este nene lindo / se quiere dormir, / y el pícaro sueño / no quiere venir»? ¿Quién no conoce en la España peninsular, y aun fuera de ella, la canción en la que aparece el Coco (o Cuco), personaje folclórico equivalente a la Cuca: «Duérmete, niño, duerme / que viene el Coco / y se lleva a los niños / que duermen poco»?


            El poeta Federico García Lorca, quien, muy afecto al folclore y a la poesía popular, estudió las nanas españolas e, incluso, creó algunas de ellas, decía de una antigua nana de Castilla: «es una canción que sonaría como una moneda de oro si la arrojásemos contra las piedras del suelo». Lo mismo podemos decir en general de estas composiciones tan valiosas como desconocidas. Lorca se refería a aquella tan antigua:

Duérmete, niño pequeño,
duerme, que te velo yo;
Dios te dé mucha ventura
neste mundo engañador.

Morena de las morenas,
la Virgen del Castañar,
en la hora de la muerte,
ella nos amparará.

            Las nanas son, pues, canciones de suave melodía que acompañan el movimiento de la cuna o de los brazos, y cuya finalidad principal es, como bien sabemos, inducir a los niños a dormir. Sin embargo, los recursos de tales composiciones pueden ser más o menos complejos; su forma, más o menos elaborada. Sus temas también pueden ser diversos. No faltan aquellas nanas, por ejemplo, que hacen referencia al trabajo de los padres y a las dificultades de la vida: «Duérmete, mi niño, / que tengo que hacer, / lavarte la ropa / ponerme a coser». A veces, son melancólicas y profundas –como la Nana de la cebolla de Miguel Hernández–; otras, más alegres y lúdicas, como La canción de cuna de los elefantes de Adriano del Valle. Pero los temas esenciales de las nanas son, sin duda, el amor y la protección de los padres, con los que quieren «arropar» al recién nacido. A través de la melodía y el ritmo, es decir, a través de una forma de arte, por sencilla que sea, las nanas establecen un lazo afectivo entre padres e hijos; la voz materna o paterna, los arrulla, los calma, los arropa y los protege, de modo que la canción de cuna contribuye naturalmente al desarrollo del niño. Y no muy tarde esta será sustituida –o se prolongará como canción infantil algo más compleja– por el cuento, lo que da continuidad a la presencia de los padres a la hora del sueño y a su tarea invaluable como formadores de la sensibilidad, la imaginación, etc., de sus pequeños.
            El escritor y pedagogo colombiano Rafael Pombo describe muy bien la importancia de la música y el verso en la primera infancia:

El niño prueba desde que nace un fuerte sentimiento del ritmo, o sea de la cadencia y medida de la palabra. Así como el camello parece gozar con el canto de la caravana o de su solo guía, y mientras oye el canto es infatigable, y aun dicen que ajusta su andar al ritmo de ese canto, el niño notoriamente gusta del canto de su nodriza, se aduerme con él, y los cambios de su ritmo lo perturban mientras no está en profundo sueño. Esto demuestra la particular eficacia del verso para su enseñanza. Los versos los atraen, les gustan, los repiten por placer, y se les fijan indeleblemente en la memoria. Son tal vez el más poderoso medio nemotécnico, observado y aprovechado en la enseñanza desde Pitágoras, Esopo, Locraano y Solón hasta Nebrija, y hasta el Padre Isla, los Iriartes…

            García Lorca, por otra parte, señala en la citada conferencia que, a través de las nanas o canciones de cuna, la madre «no solo gusta de expresar cosas agradables mientras viene el sueño, sino que lo entra [al niño] de lleno en la realidad cruda y le va infiltrando el dramatismo del mundo». Así se evidencia en los versos «Dios te dé mucha ventura / neste mundo engañador», en los que ya se quiere advertir al pequeño sobre los males con que podrá encontrarse. Aunque estos avisos no le lleguen en aquel momento, naturalmente, serán, como dice el mismo Pombo, una experiencia anticipada de la existencia, palabras que «quedarán de modo indeleble en su memoria» y entenderá después.


            Con todo, lo que rezuma la mayoría de estas canciones, las de tradición oral o las creadas por los poetas, es, según se dijo, el amor de los padres y, como reflejo de ello, la idea de protección humana y sobrenatural, de amparo y seguridad ante los temores que se manifiestan en la infancia y los peligros que puedan venir en el futuro. Ejemplo de este sentido de protección y de amor profundo es la nana del poeta Luis Rosales, citada por Carmen Bravo-Villasante en su Historia de la literatura infantil española:

Duérmete, niño mío,
flor de mi sangre,
lucero custodiado,
luz caminante.

Si las sombras se alargan
sobre los árboles,
detrás de cada tronco
combate un ángel.
[…]
lucero custodiado,
luz caminante,
duerme, que calle el viento…,
dile que calle.

            También, en esta línea de amparo y protección, cumplen un papel fundamental las oraciones-poema de la infancia. Cita Bravo-Villasante, en la mencionada obra, una oración-poema de Eugenio D’Ors que bien valdría como nana:

Cuatro ángeles
tiene mi cama,
cuatro ángeles
que me la guardan.

Cuatro ángeles
mi mesa tiene,
cuatro ángeles
que la abastecen.

Cuatro ángeles
tiene mi arado,
cuatro ángeles
para el trabajo
[…]
Pero un solo ángel
tiene mi espíritu.
Un solo ángel:
el más antiguo.

            La función de las nanas, como primeras formas mediante las que, entre otras cosas, se ahuyenta y combate el miedo, será después asumida por los cuentos de hadas y los múltiples héroes que, en ellos, enfrentan el peligro, los monstruos y el mal. Las nanas entonces, como después los cuentos de hadas, tienen también un papel catártico que ayudan al niño a vencer los miedos nocturnos y los monstruos de su imaginación, como diría Chesterton.


            Siendo expresiones de protección, de custodia, de un velar permanente,  es habitual la presencia en las canciones de cuna de diversas figuras a la vez celestiales y humanas que se convierten en símbolos de la maternidad, de la sabiduría, del amparo, etc. Así tenemos el ejemplo de la canción anónima Señora Santa Ana –de la que existen muchas variantes, como ocurre en la literatura de tradición oral–, conocida en todo el ámbito hispánico, que introduce la imagen de la abuela, o de la madre-abuela, como diría García Lorca; en este caso la del Niño Dios:

Señora Santa Ana,
¿por qué llora el Niño?
Por un manzana
que se le ha perdido.
Vamos a mi huerto,
yo le daré dos,
una para el niño
y otra para vos.

            Las nanas también son características en otras manifestaciones del arte popular, los villancicos, que se centran en el «Niño Chiquito», el Niño Dios. Lo que hace que estas típicas canciones navideñas se conviertan en nanas es el motivo del sueño del Divino Infante o el arrullo de la Virgen. Uno de los más famosos y antiguos es el anónimo Quedito, pasito:

Quedito, pasito,
Silencio, chitón,
que duerme un infante,
que tierno y constante
al más lindo amante
despierta al calor.

Quedito, pasito,
silencio, chitón,
no lo despierten, no;
A la e, a la o;
duerma mi amado,
descanse mi amor.
A la e, a la o.

            Como decíamos antes, muchos autores de diferentes épocas han escrito magníficas canciones de cuna. Tenemos numerosos ejemplos en los versos de Lope de Vega, García Lorca, Adriano del Valle, Gerardo Diego, Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Miguel de Unamuno, por citar solo algunos de los autores más conocidos. Entre todos ellos sobresale la figura de Lope de Vega, que mantiene de modo sublime la sencillez, la ternura, la musicalidad y la luminosidad del género. Una de las facetas más valiosas de Lope de Vega, autor lírico de primera línea, es precisamente su inspiración y cultivo de la poesía popular. El autor sabía, además, transformar cualquier momento de la vida cotidiana, cualquier instante de esos que se pierden entre las grandes acciones humanas, en la más perfecta forma poética. Valgan de ejemplo, en este sentido, los versos de una escena paternal y cotidiana protagonizada por su pequeño hijo:

Llamábanme a comer; tal vez decía
que me dejasen, con algún despecho:
así el estúdio vence, así porfia.
Pero de flores y de perlas hecho,
entraba Carlos a llamarme, y daba
luz a mis ojos, brazos a mi pecho.
Tal vez que de la mano me llevaba,
me tiraba del alma, y a la mesa
al lado de su madre me sentaba.

            Lope escribe numerosos villancicos y canciones de cuna que se insertan en obras mayores, como en el caso de Pastores de Belén, la única novela pastoril en lengua española vuelta a lo divino. Es decir, escribe canciones de cuna para el Niño Jesús. Pastores de Belén está dedicada, además, a su hijo Carlos Félix, muerto con tan solo siete años, hecho que también lo llevaría a componer la sublime elegía A la muerte de Carlos Félix.


            La obra pastoril vuelta a lo divino, Pastores de Belén, contiene la más hermosa canción de cuna de la literatura española, como ha dicho Alonso Zamora Vicente. La primera cuna de la que nos habla Lope, el primer abrigo, son los brazos de la Madre. Por ello, la Virgen le dice al Niño:

 Yo no tengo otros palacios
en que recibiros pueda,
sino mis brazos y pechos,
que os regalan y sustentan.

            La Madre luego se dirige a los ángeles a fin de que calmen el viento y el barullo de las palmas, y así pueda dormirse el Niño:

Pues andáis en las palmas,
ángeles santos,
que se duerme mi Niño,
tened los ramos.

Palmas de Belén
que mueven airados
los furiosos vientos
que suenan tanto,
no le hagáis ruido,
corred más paso,
que se duerme mi Niño,
tened los ramos.

El Niño divino,
que está cansado
de llorar en la tierra
por su descanso,
sosegar quiere un poco
del tierno llanto,
que se duerme mi Niño,
tened los ramos.

Rigurosos hielos
le están cercando,
ya veis que no tengo
con qué guardarlo.

Ángeles divinos
que vais volando,
que se duerme mi Niño,
tened los ramos.

            No menos tiernos y líricos son los versos, también de Pastores de Belén, en los que la madre intenta calmar el llanto del Niño:

No lloréis, mis ojos,
Niño Dios, callad;
que, si llora el Cielo,
¿quién podrá cantar?

Si del hielo frío,
Niño Dios, lloráis,
turbaráse el cielo
con tal tempestad.
Serenad los soles,
y el suyo podrá
deshacer los hielos
que os hacen llorar.
Cantarán los hombres
en la tierra paz,
Que si llora el Cielo,
¿quién podrá cantar?

Vuestra Madre hermosa,
que cantando está, 
llorará también
si ve que lloráis. 
O es fuego o es frío
la causa que os dan:
si es amor, mis ojos,
muy pequeño amáis. 
Enjugad las perlas,
nácar celestial,
que, si llora el Cielo, 
¿quién podrá cantar?

[…] 
Por estas montañas
descendiendo van
pastores, cantando 
por daros solaz.
Niño de mis ojos, 
¡ea!, no haya más; 
que, si llora el Cielo, 
¿quién podrá cantar?



            La poesía de Lope de Vega influiría en autores posteriores, en particular los poetas de la generación del 27, como el propio García Lorca, que retoman el verso sencillo y translúcido del gran escritor. Poeta de esta generación, Adriano del Valle, escribe «Berceuse» [nana] heroica y la famosa Canción de cuna de los elefantes, dos de los más bellos ejemplos de esta clase de literatura en el siglo XX. En estos poemas está presente la luna, otro de los elementos indisociablemente unidos a la poesía infantil y a las nanas. En La canción de cuna de los elefantes, el cachorro de los elefantes es como un niño que se rehúsa a dormir. El contraste entre su gran tamaño y su fragilidad infantil, está de más decirlo, es un hallazgo:  

El elefante lloraba
porque no quería dormir…
-Duerme, elefantito mío,
que la luna te va a oír…
Papá elefante está cerca,
se oye en el manglar mugir;
-Duerme, elefantito mío,
que la luna te va a oír…
El elefante lloraba
(¡con un aire de infeliz!)
y alzaba su trompa al viento…
Parecía que en la luna se limpiaba la nariz...

            Podemos citar también, como ejemplo de una «literatura del arrullo» –aunque no es una canción de cuna–, el famoso capítulo «La arrulladora», de Platero y yo, del poeta Juan Ramón Jiménez, en el que se describe el canto de una niña pobre, la hija de un carbonero, que acuna a su hermanito, y, a cuyo melodioso cantar se duerme también el pequeño burrito. La escena rescata o «eterniza», como gustaba decir el autor, las ancestrales nanas que corren entre los pueblos y las casas del mundo. El acento de la niña es el de Andalucía, tierra de poetas, de cante, de nanas flamencas y de riquísimas melodías:

   La chiquilla del carbonero, bonita y sucia cual una moneda, bruñidos los negros ojos y reventando sangre los labios prietos entre la tizne, está a la puerta de la choza, sentada en una teja, durmiendo al hermanito.
  Vibra la hora de mayo, ardiente y clara como un sol por dentro. En la paz brillante se oye el hervor de la olla que cuece en el campo, la brama de la dehesa de los Caballos, la alegría del viento de mar en la maraña de los eucaliptos.
  Sentida y dulce, la carbonera canta:

  Mi niiiño se va a dormiii
  en graaasia de la Pajtoraaa...

  Pausa. El viento en las copas...

  ...y pooor dormirse mi niñooo,
  se duermeee la arruyadoraaa...

  El viento... Platero, que anda, manso, entre los pinos quemados, se llega, poco a poco... Luego se echa en la tierra fosca y, a la larga copla de madre, se adormila, igual que un niño.


            Este y otros capítulos de la obra maestra de Juan Ramón Jiménez inspiraron una de las composiciones más singulares del músico italiano Mario Castelnuovo Tedesco, Platero y yo, veintiocho piezas para guitarra y narrador. En este sentido, hay que señalar que muchos célebres compositores han creado o adaptado canciones de cuna (Mozart, Brahms, etc.) inspirándose en la tradición popular. Manuel de Falla, en España, adapta, en Siete canciones populares españolas, para voz y piano la sencilla nana:

Duérmete, niño duerme,
duerme, mi alma,
duérmete, lucerito
de la mañana.

Nanita, nana,
nanita, nana,
duérmete, lucerito
de la mañana.



            Por último, queremos cerrar este breve panorama de la canción de cuna con otro delicado ejemplo del género del arrullo, pero, esta vez, tomado de nuestra lengua hermana; una nana de despertar del gran Camões:

Nasce (a) estrela d'alva,
a manhã se vem :
despertai, minha alma,
não durmais, meu bem.


  

Glosario básico español > portugués de términos relacionados con la canción de cuna:

Acunar (de cuna=berço): embalar, balançar no berço ou nos braços, acalentar.
Arrorró: cantiga de ninar de origem canária (das Ilhas Canárias, Espanha), emprega-se o termo às vezes como sinônimo de cantiga de ninar. / Interjeição para fazer dormir o bebê.
Exemplo: Voy a cantarte el arrorró para que te duermas.
Arrullar: embalar com sons ou cantigas de ninar, adormecer o neném, acalentar, arrulhar.
Arrullo: embalo, acalanto.
Bebé: bebê, neném.
Canción de cuna: acalanto, cantiga de ninar.
Cielo: céu. / apelativo carinhoso com que se chama alguém: Duérmete, mi cielo.
Cuna: berço.
Estrella: estrela.
Hermano/a: irmão/ã.
Lucero: luzeiro.
Luna: lua.
Madre: mãe.
Mamá: mamãe.
Mecer: balançar no berço o neném.
Mecedora: cadeira de balanço.
Nana: cantiga de ninar, acalanto / babá / em alguns países também dodói.
Nene/a: menino pequeno.
Niño/a: menino/a.
Noche: noite.
Nodriza: ama de leite.
Padre: pai. / em outro contexto: sacerdote.
Papá: papai.
Ro: interjeição repetida para adormecer os bebês. (Usa-a, por exemplo, Gil Vicente na Canción de cuna al niño Jesús.)






quarta-feira, 25 de abril de 2018

Pájaros y mitos (I). La pardela cenicienta


Por Virginia Elena 

Según se lee en el capítulo XII de la Odisea, Ulises, advertido por la maga Circe, tapa con cera los oídos de sus compañeros y manda que lo aten al palo mayor de su bajel para no sucumbir ante el fascinante canto de las sirenas. Sabido es que estas criaturas híbridas –mitad mujer, mitad pájaro–, a quienes Ovidio describe como aves de plumaje rojizo y rostro de virgen, entonaban cantos melodiosos con la pérfida intención de que los marineros estrellaran sus barcos contra los escollos. Con el tiempo, sus plumas se transformaron en escamas: a partir de la Edad Media la perversa mujer-pájaro se convirtió en la no menos perversa mujer-pez que aparece en la iconografía y los bestiarios medievales. La lengua inglesa –explican Borges y Guerrero en El libro de los seres imaginarios (1967)– cuenta con dos términos para referirse a estos seres fabulosos: siren, para designar a las sirenas tal como se las concebía en la Antigüedad, es decir, con torso de mujer y cuerpo de pájaro; y mermaid, para denotar a las sirenas con cuerpo de pez. En la misma obra se señala que su género es discutible: ¿se trata de ninfas? ¿Monstruos? ¿Demonios? Algunos autores las han relacionado con las arpías, con las musas, con los ángeles…


    La ornitología, por su parte, cree que en el origen del mito de las sirenas y su maravilloso canto se encuentra la amorosa llamada nocturna de la pardela cenicienta (Calonectris diomedea), un ave pelágica del Mediterráneo y el Atlántico, que nidifica en las rocas, cuevas y acantilados de islas e islotes, desde Portugal hasta el Mar Egeo. Se trata de un ave robusta, de unos 50 cm de largo, que al igual que la mayoría de las aves pelágicas puede pasar meses en alta mar. Al llegar la época de reproducción, emprende el vuelo hacia la costa, donde pone un único huevo. Es entonces cuando se puede oír su particular voz, la cual, como la de las sirenas, se propaga en la inmensidad de la noche entre abismos y arrecifes. Este longevo pájaro –puede vivir 30 años– vuela a ras del agua buscando su alimento (shearwater lo denominan los ingleses, en alusión a su característico vuelo); se nutre asimismo de desechos de pesca, por lo que suele revolotear alrededor de los barcos pesqueros.


    En el célebre cuadro Ulises y las sirenas (1891) del pintor prerrafaelita J. W. Waterhouse, estos seres mitológicos, representados con un rostro hermosísimo y un espeluznante cuerpo de ave de rapiña, sobrevuelan la cubierta del barco ante la mirada entre fascinada y aterrorizada de Ulises y sus compañeros.

Frases de escritores famosos sobre "El Quijote"



«Falta el libro donde se demuestre al detalle que toda novela lleva, dentro, como una íntima filigrana, el Quijote, de la misma manera que todo poema épico lleva, como el fruto el hueso, la Ilíada».
José Ortega y Gasset

«El Quijote es el libro en que con más perfección están expresadas las grandezas y debilidades del corazón humano».
Benito Pérez Galdós

«[…] el genio de la novela había derramado sobre Cervantes todos sus dones, se había encarnado en él, y nunca se ha mostrado más grande a los ojos de los mortales; de tal suerte, que, en opinión de muchos, constituye el Quijote una nueva categoría estética, original y distinta de cuantas fábulas ha creado el ingenio humano; una nueva casta de poesía narrativa no vista antes ni después, tan humana, trascendental y eterna como las grandes epopeyas, y al mismo tiempo doméstica, familiar, accesible a todos, como último y refinado jugo de la sabiduría popular y de la experiencia de la vida».
Marcelino Menéndez Pelayo

«[…] el valor de los clásicos es su valor vital. Si El Quijote vale algo, no es por lo que en él veamos los profesores, o los cervantistas, o los eruditos, o los académicos, no. El Quijote vale, únicamente, por su capacidad de infundir vida; de suscitar raudales nuevos de vida en cada uno de sus lectores. Libro que eso haga, siempre que se trate de una forma de vida superior, es un libro clásico».
Pedro Salinas

«Puede parecer una tarea estéril e ingrata discutir una vez más el tema de Don Quijote, ya que se han escrito sobre él tanto libros, tantas bibliotecas, aún más abundantes que la que fue incendiada por el piadoso celo del sacristán y el barbero. Sin embargo, siempre hay placer, siempre hay una suerte de felicidad cuando se habla de un amigo. Y creo que todos podemos considerar a Don Quijote como un amigo. Esto no ocurre con todos los personajes de ficción. Supongo que Agamenón y Beowulf resultan más bien distantes. Y me pregunto si el príncipe Hamlet no nos hubiera menospreciado si le hubiéramos hablado como amigos, del mismo modo en que desairó a Rosencrantz y Guildestern. Porque hay ciertos personajes, y esos son, creo, los más altos de la ficción, a los que con seguridad y humildemente podemos llamar amigos. Pienso en Huckleberry Finn, en Mr. Pickwick, en Peer Gynt, y en no muchos más».
Jorge Luis Borges

«El Quijote siempre necesita un buen profesor que sepa encontrar las pepitas de oro que tiene la obra: cosas de literatura, historia, de valores humanos. Un maestro lúcido con El Quijote en la mano puede hacer mucho por sus alumnos. Puede, sobre todo, ser el Virgilio que los lleve por el bosque cervantino». 
Arturo Pérez-Reverte

«Manantial  inagotable de honda filosofía y modelo de bien decir, exacta representación simbólica de la humanidad, libro el más real y el más idealista, el más alegre y el más triste de cuantos se han escrito, es el Don Quijote de la Mancha; en sus páginas aparece el más perfecto retrato del ser humano con sus vicios y virtudes; en sus diferentes personajes vense fotografiados los distintos estados de ánimo y modo de ser de los que nos rodean; a esto se debe el éxito universal del libro de Cervantes».
Enciclopedia Espasa (cita del crítico Rodolfo Ragucci en su Manual de Literatura Española, Buenos Aires: Editorial Don Bosco, 1953).

“Usted” e “você”, dois “falsos amigos” com uma origem comum



Um dos primeiros falsos amigos com que tropeça o falante de português brasileiro ao aprender espanhol é o pronome usted, já que, por sua semelhança com o pronome você, o toma por seu equivalente. Usted em espanhol significa o senhor / a senhora e refere-se a um interlocutor a quem falamos, embora gramaticalmente seja uma terceira pessoa e, portanto, lhe corresponda a desinência verbal da terceira pessoa, como acontece com o pronome você: “Usted sabe mucho / O senhor sabe muito”. “Usted conoce todo Brasil / A senhora conhece o Brasil todo”.   
    Porém, o sentido dos dois pronomes antigamente era a mesmo, e a forma muito semelhante: vuestra merced / vossa mercê. Empregavam-se como tratamento de cortesia, de respeito, e correspondiam gramaticalmente à terceira pessoa.
    A evolução dos termos a partir do século XVII acontece de modo também semelhante. Em espanhol: vuestra merced > vuesa merced / vuesa meced > vuesa mested > vuested > vusted > usted. Em português: vossa mercee > vossa mercê > vosmecê > você. 
    Uma obra em que pode ver-se parte da evolução em espanhol do pronome é Dom Quixote: na primeira parte do livro (1605) se emprega vuestra merced, e na segunda (1615) se alterna a forma vuestra merced com vuesa merced.
    A forma abreviada de usted é Vd. ou Ud. (com maiúscula inicial). O plural de usted é ustedes, e sua forma abreviada Vds. ou Uds.
    É preciso lembrar que na América espanhola, nas Ilhas Canárias e na Andaluzia ocidental ustedes significa tanto os senhores / as senhoras como vocês, enquanto na maior parte da Espanha significa unicamente os senhores / as senhoras.
    E como dizem os espanhóis (peninsulares, exceto Andaluzia ocidental) vocês? Dizem vosotros, forma plural informal da segunda pessoa. Veja-se o esquema:

Na maior parte da Espanha peninsular:

Segunda pessoa informal:
Sing.: Tú (você)
Pl.: Vosotros (vocês)

Segunda pessoa (terceira gramatical) formal:
Sing.: Usted (o senhor...)
Pl.: Ustedes (os senhores...)
Nas Ilhas Canárias, Andaluzia ocidental (Espanha):

Segunda pessoa informal:
Sing.: Tú (você)
Pl.: Ustedes (vocês)

Segunda pessoa (terceira gramatical) formal:
Sing.: Usted (o senhor...)
Pl.: Ustedes (os senhores...)

Na América espanhola

Segunda pessoa informal:
Sing.: Tú, vos (você)
Pl.: Ustedes (vocês)

Segunda pessoa (terceira gramatical) formal:
Sing.: Usted (o senhor...)
Pl.: Ustedes (os senhores...)


Em todo o âmbito hispânico usted significa o senhor / a senhora.

El Quijote, espejo y modelo vivo de la humanidad

 Por Rosa C. Elena

Un maestro lúcido con El Quijote en las manos puede hacer mucho más que cualquier plan educativo.
Arturo Pérez-Reverte

Uno de los aspectos más notables de la obra maestra de Cervantes es, como se ha señalado muchas veces, su carácter universal. El Quijote ha sido definido como «una exacta representación simbólica de la humanidad»; imagen del mundo y de los más variados tipos de hombres y mujeres que en él habitan. Contiene, pues, una humanidad en miniatura, es un verdadero cosmos literario, un espejo de la vida, el libro en el que de forma «más perfecta están expresadas las grandezas y debilidades del corazón humano». A Cervantes podemos aplicarle el elogio que don Quijote le dedica al teatro y a los autores de comedias (en el capítulo XII de la segunda parte): «[los escritores de comedias y los actores] son instrumentos de hacer un gran bien, poniéndonos un espejo a cada paso delante, donde se ven al vivo las acciones de la vida humana, y ninguna comparación hay más al vivo que nos represente lo que somos y lo que habemos de ser como la comedia y los comediantes».
    Pero este es solo un lado del libro-poliedro que es El Quijote o, mejor dicho, un aspecto de su universalidad, pues no es únicamente espejo de la humanidad como imagen de esta, sino, de alguna manera, como modelo digno de imitación, según una antigua –y aún vigente– acepción de la palabra espejo. Es en este sentido que don Quijote dice de Rocinante «flor y espejo de los caballos», refiriéndose a su querido compañero como arquetipo, ejemplo, espejo en que todos los caballos deben «espejarse». El Quijote entraña, de acuerdo con esta idea, una serie de valores dignos de ser imitados, preciosas «pepitas de oro», como dice Arturo Pérez-Reverte; pues es, además de todo, un «manantial de honda filosofía».
    Queremos apuntar aquí algunos elementos que hacen de El Quijote una obra-espejo en los dos sentidos referidos. Por un lado, señalaremos ciertas cualidades y recursos artísticos que contribuyen a darle el carácter de espejo-reflejo de la humanidad y de cosmos literario; y, por otro, queremos anotar algunos valores de El Quijote que, creemos, le confieren el mérito de ser un libro espejo-modelo para los hombres. Y aun podemos añadir que El Quijote ha sido también espejo-modelo como creación artística –fue la primera novela moderna–, ya que ha ejercido una influencia extraordinaria en la literatura posterior.


    El primer elemento, el más evidente, que le confiere a El Quijote esa vastedad de cosmos, ese carácter de espejo-reflejo del mundo y sus gentes, es, sin duda, el uso que hace Cervantes del idioma. Cuando cerramos El Quijote –una lectura de la que no sería exagerado decir que supera cualquier expectativa y supone un antes y un después en nuestra vida (no solo) de lectores–, tenemos la impresión de que toda la lengua española –la lengua en su apogeo, la lengua del Siglo de Oro– está contenida en él. Sin duda, esta impresión es el resultado de descubrir una magnífica prosa, versátil, dúctil –culta, popular, natural, artificiosa, arcaica, moderna, etc., según lo requiera la situación–, que se adecua no solo a los múltiples personajes del texto cervantino, sino a los diversos géneros literarios, especialmente a las varias clases de novelas que el autor va entretejiendo en su obra maestra: la novela de caballerías –que es, aunque en clave paródica, como la «novela eje» de la narración–, la pastoril, la de costumbres, la de cautivos, la picaresca, la ejemplar, la satírica, etc. Resulta evidente, por otra parte, que solo un genio como el de Cervantes lograría reproducir todas las voces, todos los registros del idioma sin dejar de ser natural y verosímil, lo que también les da a sus personajes un carácter de vívido realismo.
    La riqueza de voces y diferentes estilos o formas literarias, en los que se mueve Cervantes con tan distintas tonalidades de la lengua, es consecuencia de otro elemento de la arquitectura novelesca: la diversidad de asuntos y temas que aborda el autor. Episodios de amor y desamor, de humor, de parodia, de amistad, aventuras de todo tipo, desde las más triviales hasta las más gloriosas, reflexiones y discursos se van entrelazando de un modo armónico. Y la parte más importante de esa arquitectura son los personajes que protagonizan o aparecen en tan diversas historias –que pasan de 600–, de toda clase: nobles y villanos, pobres y ricos, vulgares y refinados, heroicos y mezquinos; están allí los personajes más entrañables y admirables, como don Quijote y Sancho; los más pícaros, como Ginés de Pasamonte; o  los más burlescos, como el matrimonio de los famosos duques de la segunda parte. A veces, tan solo con unas pinceladas Cervantes hace que un personaje resulte inolvidable. Salvo los protagonistas, el mejor ejemplo de cómo el autor da vida a raudales a sus criaturas quizá sea el de Dulcinea, tan fundamental como invisible. ¿Cómo podría olvidarse a la famosa mujer que nadie ha visto nunca y sin embargo está constantemente presente en la obra? Es que Cervantes es maestro incluso en las ausencias. Hasta Rocinante tiene algo que decir, y lo dice en el prólogo de El Quijote –en un soneto memorable en el que el metafísico rocín dialoga con Babieca, el caballo del Cid–; y el rucio –el burrito sin nombre de Sancho–, tan aparentemente insignificante, también tiene un relieve especial; es evidente, por ejemplo, en el episodio en que Sancho se va desengañado del gobierno ficticio de la ínsula y se reencuentra con su humilde compañero. Cervantes ha creado, como Dickens crearía después, verdaderos símbolos de la humanidad, atemporales, y, a la vez, personajes con vida propia, entrañables y amables como si fueran seres humanos de este mundo. Por eso ha dicho Borges que don Quijote es, al fin y al cabo, un buen amigo. Y esto, dice el escritor, no podría afirmarse más que de unos pocos personajes de la literatura.
    De ahí que también tengamos la impresión de que la obra no es un estático reflejo de la humanidad, sino un reflejo vivo, genuino: porque los personajes y las situaciones son tan vívidas, tan diversas, tan de «carne y hueso», tan emocionantes y tan verosímiles como la vida misma. Incluso los juegos metaliterarios de Cervantes, los juegos con el lector, y hasta, por qué no, sus errores, deslices u olvidos contribuyen a darle ese aliento de naturalidad y realismo. Tanta importancia le daba Cervantes a la verosimilitud y al buen estilo en la literatura que critica precisamente la falta de ellos en las novelas de caballerías de su tiempo. No arremete evidentemente contra la fantasía en sí misma y, de hecho, elogia las obras más logradas de aquella clase de novelas. Lo que sí critica en los libros de caballerías decadentes es, entre otras cosas, la falta de verosimilitud, esencial en la ficción literaria. No sería exagerado suponer que la opinión del canónigo, que aparece en el capítulo XLVII de la primera parte, corresponda a la del propio Cervantes. El personaje dice de los malos libros de caballerías: «son en el estilo duros; en las hazañas, increíbles; en los amores, lascivos; en las cortesías, malmirados; largos en las batallas, necios en las razones, disparatados en los viajes, y, finalmente, ajenos de todo discreto artificio y por esto dignos de ser desterrados de la república cristiana». Cervantes es un artista que tiene conciencia de su arte, y en su obra rebosan exactamente las cualidades contrarias a los defectos que señala el canónigo. Destierra, sin duda, los libros de caballerías, a la vez que, posiblemente sin proponérselo, escribe el mejor de ellos y al mismo tiempo una nueva clase de novela. Pues El Quijote es «el último de los libros de caballerías, el definitivo y perfecto, el que dio el primero y no superado modelo de la novela realista moderna», como afirma Menéndez Pelayo.
    En síntesis, el empleo de la lengua, el realismo, los recursos estilísticos y el dominio narrativo de Cervantes, «un auténtico contador de historias», el diseño de sus personajes, el humor, las aventuras que narra, los recursos metaficcionales del autor, todo contribuye a plasmar de modo sublime y dar más consistencia a su universo, a ese espejo-reflejo del mundo.


    Pero, al mismo tiempo, como se dijo antes, puede entenderse la obra como espejo-modelo de la humanidad. Cervantes no nos revela tan solo un afán mimético y sociológico, por más gloriosa que sea su mímesis; ni mucho menos se limita el autor a reproducir la realidad tal y como es en su siglo. Cervantes no ha escrito solo una excelente ficción, con gracia y buen estilo, que trata de la locura de un hombre que se cree un caballero andante en la España del Siglo de Oro o las aventuras de los más variopintos personajes, entre los que se encuentra –en unos y otros– posiblemente el propio autor. Ni tampoco ha creado tan solo una galería de personajes-símbolos para la posteridad. La ficción le da alas, sí, para muchas cosas, y, entre ellas, para ofrecernos también una cierta cosmovisión y unas ciertas enseñanzas, muchas veces a través de las palabras de los personajes o simplemente de sus modos de ser y de actuar.
    Dígase, por otra parte, que la idea de espejo como modelo en la literatura es, en realidad, muy antigua, por eso hubo un género narrativo llamado espejo. Los libros-espejo o libros-ejemplo, durante la Edad Media, se proponían ofrecer pautas de vida a través de la literatura. Existían así los llamados Espejos de príncipes, libros en los cuales los jóvenes aspirantes al trono debían «espejarse». Por otra parte, y aunque su finalidad no era propiamente moral, Cervantes escribió las Novelas ejemplares e insertó también esta clase de obras en El Quijote, textos que entrañan enseñanzas imperecederas, fruto de la vieja idea de deleitar aprovechando. El Quijote no es, ciertamente, un libro-espejo como los medievales, es en primer término una ficción que entretiene, pero en él palpitan los más altos y nobles ideales del hombre, por lo que es de algún modo un libro que inspira y respira los valores que hacen de él, en definitiva, una obra inmortal: el amor, la lealtad, la justicia, la valentía, el coraje, la bondad, la sabiduría, la honra, la ternura son algunos de ellos. Estos justifican la afirmación de nuestro epígrafe, del escritor y académico Pérez-Reverte, y el añadido peso pedagógico y formativo de la obra. 
   Y aunque el fin que perseguía Cervantes al escribir El Quijote era «poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías» -lo cual, dígase de paso, era una hazaña digna de un genio, pues era desterrar una institución literaria–, el texto es mucho más que una parodia de aquellos libros que, en franca decadencia, no había «buen estómago que los pudiera leer», como decía el humanista Juan de Valdés. Es, al fin y al cabo, mucho más trascendental. Porque si Cervantes eliminó una cosa, puso otra en su lugar; llenó el vacío de la buena y simple ficción con una ficción mucho más compleja y genial.


            
    A esta trascendencia, y al sentido de espejo-modelo de la obra, posiblemente contribuya también el realismo de Cervantes. Podrá decirse que la perspectiva realista del autor quiere contraponerse a la ficción inverosímil de las novelas de caballerías. Pero hay que recordar que el realismo es la vertiente preferida de Cervantes, la fórmula feliz de sus ficciones, de sus mejores Novelas ejemplares (muchas de ellas anteriores a El Quijote), de sus escritos de fondo autobiográfico. Cervantes es, como se dijo, un auténtico «contador de historias», cuya pasión son las aventuras de este mundo  -o las que podrían ocurrir en él- más que las de mundos imaginarios. Resulta patente su fascinación por la realidad y los seres que en ella habitan y se mueven. Naturalmente, el mérito literario de una obra no depende de su carácter fantástico o realista, pero lo cierto es que Cervantes ha sabido decir mediante el realismo que las aventuras más ordinarias resultan muchas veces extraordinarias, que los episodios de la vida aparentemente anodinos pueden ser fascinantes y que el corazón valiente de un hombre común tiene un poder transformador en este mundo. «Le dice» también a los jóvenes lectores que el realismo en la literatura no es sinónimo de aburridismo y de monotonía, sino reflejo de una realidad estimulante, interesante y misteriosa. Cervantes ha sabido, de modo particular, celebrar la vida, el amor y la amistad, y hay muchos momentos en que la narración alcanza una atmósfera singularmente emocionante. Un ejemplo, de entre tantos, podría ser aquel del encuentro en una venta (en el capítulo XXXVII de la primera parte) de un puñado de hombres y mujeres, entre los que están los protagonistas, cada uno con una historia que contar. Sus vidas se entrecruzan, y el encantamiento de esta escena tal vez se deba al clima de distensión y reposo, de alegría, de unión y amistad entre los personajes, después de tantos sinsabores y aventuras. Don Quijote, en medio de los presentes, demuestra y sorprende por una sabiduría única –es Cervantes, de la generación de las armas y las letras, que ha luchado y ha sufrido y, sin embargo, destila sus profundos ideales y esperanzas–. La fuerza interior del Quijote, un fuego que deslumbra y congrega a todos, es posiblemente la piedra angular de la obra. Y en todo esto también existe un valor pedagógico. El norte luminoso de la novela es precisamente la fuerza pujante de los ideales frente a los vaivenes de la vida y defectos de los hombres, frente a las circunstancias, las derrotas; una joie de vivre esencial y profunda, una actitud de fascinación ante la vida, un renacer ante el fracaso campean en toda la obra.
   Como decía Carlos Urzaiz, el personaje de "Alonso Quijano murió, pero don Quijote continúa vivo", y siegue siendo, añadimos, un modelo para la humanidad.




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