No lloréis, mis ojos;
Niño Dios, callad;
que si llora el Cielo,
¿quién podrá cantar?
Félix Lope de Vega.
No en vano ha
dicho el escritor y folclorista del Siglo de Oro, el andaluz Rodrigo Caro, que
las canciones de cuna son las «reverendas madres de todos los cantares y
cantares de todas las madres»; pues son estos cantares, de tantas madres y
padres anónimos, como los invisibles cimientos sobre los que se levanta la
civilización; constituyen los primeros cantos de la humanidad. Esta antiquísima
vertiente de la canción popular cuenta con una rica tradición en la literatura de lengua española
y portuguesa, tanto en las composiciones anónimas y populares, transmitidas
de generación en generación –en las que se funden poesía y canto–, como en las
más literarias, las que han salido de la pluma de grandes escritores de todos
los tiempos.
¿Quién, entre los brasileños, no
recuerda los versos «Dorme neném / Que a Cuca vem pegar / Papai foi pra roça /
Mamãe foi trabalhar»? ¿O, entre los hispánicos, la canción de origen canario
que dice «Arroró, mi niño, / arroró, mi sol, / arroró, pedazo / de mi corazón.
/ Este nene lindo / se quiere dormir, / y el pícaro sueño / no quiere venir»? ¿Quién
no conoce en la España peninsular, y aun fuera de ella, la canción en la que
aparece el Coco (o Cuco), personaje folclórico equivalente a la Cuca:
«Duérmete, niño, duerme / que viene el Coco / y se lleva a los niños / que
duermen poco»?
El poeta Federico García Lorca, quien,
muy afecto al folclore y a la poesía popular, estudió las nanas españolas e,
incluso, creó algunas de ellas, decía de una antigua nana de Castilla: «es una
canción que sonaría como una moneda de oro si la arrojásemos contra las piedras
del suelo». Lo mismo podemos decir en general de estas composiciones tan
valiosas como desconocidas. Lorca se refería a aquella tan antigua:
Duérmete, niño pequeño,
duerme, que te velo yo;
Dios te dé mucha ventura
neste mundo engañador.
Morena de las morenas,
la Virgen del Castañar,
en la hora de la muerte,
ella nos amparará.
Las nanas son, pues, canciones de
suave melodía que acompañan el movimiento de la cuna o de los brazos, y cuya
finalidad principal es, como bien sabemos, inducir a los niños a dormir. Sin embargo, los recursos de tales composiciones pueden ser más o menos
complejos; su forma, más o menos elaborada. Sus temas también pueden ser
diversos. No faltan aquellas nanas, por ejemplo, que hacen referencia al
trabajo de los padres y a las dificultades de la vida: «Duérmete, mi niño, /
que tengo que hacer, / lavarte la ropa / ponerme a coser». A veces, son
melancólicas y profundas –como la Nana de la cebolla de Miguel Hernández–;
otras, más alegres y lúdicas, como La canción de cuna de los elefantes de
Adriano del Valle. Pero los temas esenciales de las nanas son, sin duda, el
amor y la protección de los padres, con los que quieren «arropar» al recién
nacido. A través de la melodía y el ritmo, es decir, a través de una forma de
arte, por sencilla que sea, las nanas establecen un lazo afectivo entre padres
e hijos; la voz materna o paterna, los arrulla, los calma, los arropa y los
protege, de modo que la canción de cuna contribuye naturalmente al desarrollo
del niño. Y no muy tarde esta será sustituida –o se prolongará como canción
infantil algo más compleja– por el cuento, lo que da continuidad a la presencia
de los padres a la hora del sueño y a su tarea invaluable como formadores de la sensibilidad, la
imaginación, etc., de sus pequeños.
El escritor y pedagogo colombiano
Rafael Pombo describe muy bien la importancia de la música y el verso en la primera
infancia:
El niño prueba desde que
nace un fuerte sentimiento del ritmo, o sea de la cadencia y medida de la
palabra. Así como el camello parece gozar con el canto de la caravana o de su
solo guía, y mientras oye el canto es infatigable, y aun dicen que ajusta su
andar al ritmo de ese canto, el niño notoriamente gusta del canto de su
nodriza, se aduerme con él, y los cambios de su ritmo lo perturban mientras no
está en profundo sueño. Esto demuestra la particular eficacia del verso para su
enseñanza. Los versos los atraen, les gustan, los repiten por placer, y se les
fijan indeleblemente en la memoria. Son tal vez el más poderoso medio
nemotécnico, observado y aprovechado en la enseñanza desde Pitágoras, Esopo,
Locraano y Solón hasta Nebrija, y hasta el Padre Isla, los Iriartes…
García Lorca, por otra parte, señala
en la citada conferencia que, a través de las nanas o canciones de cuna, la
madre «no solo gusta de expresar cosas agradables mientras viene el sueño, sino
que lo entra [al niño] de lleno en la realidad cruda y le va infiltrando el dramatismo
del mundo». Así se evidencia en los versos «Dios te dé mucha ventura / neste
mundo engañador», en los que ya se quiere advertir al pequeño sobre los males
con que podrá encontrarse. Aunque estos avisos no le lleguen en aquel momento,
naturalmente, serán, como dice el mismo Pombo, una experiencia anticipada de la
existencia, palabras que «quedarán de modo indeleble en su memoria» y entenderá
después.
Con todo, lo que rezuma la mayoría
de estas canciones, las de tradición oral o las creadas por los poetas, es, según
se dijo, el amor de los padres y, como reflejo de ello, la idea de protección humana
y sobrenatural, de amparo y seguridad ante los temores que se manifiestan en la
infancia y los peligros que puedan venir en el futuro. Ejemplo de este sentido
de protección y de amor profundo es la nana del poeta Luis Rosales, citada por
Carmen Bravo-Villasante en su Historia de la literatura infantil española:
Duérmete, niño mío,
flor de mi sangre,
lucero custodiado,
luz caminante.
Si las sombras se alargan
sobre los árboles,
detrás de cada tronco
combate un ángel.
[…]
lucero custodiado,
luz caminante,
duerme, que calle el
viento…,
dile que calle.
También, en esta línea de amparo y
protección, cumplen un papel fundamental las oraciones-poema de la infancia.
Cita Bravo-Villasante, en la mencionada obra, una oración-poema de Eugenio D’Ors
que bien valdría como nana:
Cuatro ángeles
tiene mi cama,
cuatro ángeles
que me la guardan.
Cuatro ángeles
mi mesa tiene,
cuatro ángeles
que la abastecen.
Cuatro ángeles
tiene mi arado,
cuatro ángeles
para el trabajo
[…]
Pero un solo ángel
tiene mi espíritu.
Un solo ángel:
el más antiguo.
La función de las nanas, como
primeras formas mediante las que, entre otras cosas, se ahuyenta y combate el miedo,
será después asumida por los cuentos de hadas y los múltiples héroes que, en
ellos, enfrentan el peligro, los monstruos y el mal. Las nanas entonces, como
después los cuentos de hadas, tienen también un papel catártico que ayudan al niño a vencer los miedos nocturnos y los monstruos de su imaginación,
como diría Chesterton.
Siendo expresiones de protección, de
custodia, de un velar permanente, es
habitual la presencia en las canciones de cuna de diversas figuras a la vez
celestiales y humanas que se convierten en símbolos de la maternidad, de la
sabiduría, del amparo, etc. Así tenemos el ejemplo de la canción anónima Señora
Santa Ana –de la que existen muchas variantes, como ocurre en la literatura
de tradición oral–, conocida en todo el ámbito hispánico, que introduce la
imagen de la abuela, o de la madre-abuela, como diría García Lorca; en este
caso la del Niño Dios:
Señora Santa Ana,
¿por qué llora el Niño?
Por un manzana
que se le ha perdido.
Vamos a mi huerto,
yo le daré dos,
una para el niño
y otra para vos.
Las nanas también son características
en otras manifestaciones del arte popular, los villancicos, que se centran
en el «Niño Chiquito», el Niño Dios. Lo que hace que estas típicas canciones navideñas se conviertan en
nanas es el motivo del sueño del Divino Infante o el arrullo de la Virgen. Uno
de los más famosos y antiguos es el anónimo Quedito, pasito:
Quedito, pasito,
Silencio, chitón,
que duerme un infante,
que tierno y constante
al más lindo amante
despierta al calor.
Quedito, pasito,
silencio, chitón,
no lo despierten, no;
A la e, a la o;
duerma mi amado,
descanse mi amor.
A la e, a la o.
Como decíamos antes, muchos autores
de diferentes épocas han escrito magníficas canciones de cuna. Tenemos numerosos
ejemplos en los versos de Lope de Vega, García Lorca, Adriano del Valle,
Gerardo Diego, Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Miguel de Unamuno, por
citar solo algunos de los autores más conocidos. Entre todos ellos sobresale la
figura de Lope de Vega, que mantiene de modo sublime la sencillez, la ternura,
la musicalidad y la luminosidad del género. Una de las facetas más valiosas de Lope
de Vega, autor lírico de primera línea, es precisamente su inspiración y
cultivo de la poesía popular. El autor sabía, además, transformar cualquier
momento de la vida cotidiana, cualquier instante de esos que se pierden entre
las grandes acciones humanas, en la más perfecta forma poética. Valgan de
ejemplo, en este sentido, los versos de una escena paternal y cotidiana
protagonizada por su pequeño hijo:
Llamábanme a comer; tal vez decía
que me dejasen, con algún despecho:
que me dejasen, con algún despecho:
así el estúdio vence, así porfia.
Pero de flores y de perlas hecho,
entraba Carlos a llamarme, y daba
luz a mis ojos, brazos a mi pecho.
Tal vez que de la mano me llevaba,
me tiraba del alma, y a la mesa
al lado de su madre me sentaba.
Pero de flores y de perlas hecho,
entraba Carlos a llamarme, y daba
luz a mis ojos, brazos a mi pecho.
Tal vez que de la mano me llevaba,
me tiraba del alma, y a la mesa
al lado de su madre me sentaba.
Lope escribe numerosos villancicos y
canciones de cuna que se insertan en obras mayores, como en el caso de Pastores
de Belén, la única novela pastoril en lengua española vuelta a lo divino. Es
decir, escribe canciones de cuna para el Niño Jesús. Pastores de Belén
está dedicada, además, a su hijo Carlos Félix, muerto con tan solo siete años,
hecho que también lo llevaría a componer la sublime elegía A la muerte de
Carlos Félix.
La obra pastoril vuelta a lo divino,
Pastores de Belén, contiene la más hermosa canción de cuna de la
literatura española, como ha dicho Alonso Zamora Vicente. La primera cuna de la
que nos habla Lope, el primer abrigo, son los brazos de la Madre. Por ello, la
Virgen le dice al Niño:
Yo no tengo
otros palacios
en que recibiros pueda,
sino mis brazos y pechos,
que os regalan y sustentan.
en que recibiros pueda,
sino mis brazos y pechos,
que os regalan y sustentan.
La Madre luego se dirige a los
ángeles a fin de que calmen el viento y el barullo de las palmas, y así pueda
dormirse el Niño:
Pues andáis en las palmas,
ángeles santos,
que se duerme mi Niño,
tened los ramos.
ángeles santos,
que se duerme mi Niño,
tened los ramos.
Palmas de Belén
que mueven airados
los furiosos vientos
que suenan tanto,
no le hagáis ruido,
corred más paso,
que se duerme mi Niño,
tened los ramos.
El Niño divino,
que está cansado
de llorar en la tierra
por su descanso,
sosegar quiere un poco
del tierno llanto,
que se duerme mi Niño,
tened los ramos.
Rigurosos hielos
le están cercando,
ya veis que no tengo
con qué guardarlo.
Ángeles divinos
que vais volando,
que se duerme mi Niño,
tened los ramos.
No
menos tiernos y líricos son los versos, también de Pastores de Belén, en
los que la madre intenta calmar el llanto del Niño:
No lloréis, mis
ojos,
Niño Dios, callad;
que, si llora el Cielo,
¿quién podrá
cantar?
Si del hielo frío,
Niño Dios,
lloráis,
turbaráse el cielo
con tal tempestad.
Serenad los soles,
y el suyo podrá
deshacer los
hielos
que os hacen
llorar.
Cantarán los hombres
en la tierra paz,
Que si llora el
Cielo,
¿quién podrá
cantar?
Vuestra Madre
hermosa,
que cantando
está,
llorará también
si ve que
lloráis.
O es fuego o es
frío
la causa que os
dan:
si es amor, mis
ojos,
muy pequeño
amáis.
Enjugad las
perlas,
nácar celestial,
que, si llora el Cielo,
¿quién podrá
cantar?
[…]
Por estas montañas
descendiendo van
pastores,
cantando
por daros solaz.
Niño de mis
ojos,
¡ea!, no haya
más;
que, si llora el Cielo,
¿quién podrá
cantar?
La poesía de Lope de Vega influiría en autores
posteriores, en particular los poetas de la generación del 27, como el propio
García Lorca, que retoman el verso sencillo y translúcido del gran escritor.
Poeta de esta generación, Adriano del Valle, escribe «Berceuse» [nana]
heroica y la famosa Canción de cuna de los elefantes, dos de los más
bellos ejemplos de esta clase de literatura en el siglo XX. En estos poemas
está presente la luna, otro de los elementos indisociablemente unidos a la
poesía infantil y a las nanas. En La canción de cuna de los elefantes, el
cachorro de los elefantes es como un niño que se rehúsa a dormir. El contraste
entre su gran tamaño y su fragilidad infantil, está de más decirlo, es un
hallazgo:
El
elefante lloraba
porque no quería dormir…
-Duerme, elefantito mío,
que la luna te va a oír…
porque no quería dormir…
-Duerme, elefantito mío,
que la luna te va a oír…
Papá
elefante está cerca,
se oye en el manglar mugir;
-Duerme, elefantito mío,
que la luna te va a oír…
se oye en el manglar mugir;
-Duerme, elefantito mío,
que la luna te va a oír…
El
elefante lloraba
(¡con un aire de infeliz!)
y alzaba su trompa al viento…
Parecía que en la luna se limpiaba la nariz...
(¡con un aire de infeliz!)
y alzaba su trompa al viento…
Parecía que en la luna se limpiaba la nariz...
Podemos citar también, como ejemplo de una «literatura
del arrullo» –aunque no es una canción de cuna–, el famoso capítulo «La
arrulladora», de Platero y yo, del poeta Juan Ramón Jiménez, en el que
se describe el canto de una niña pobre, la hija de un carbonero, que acuna a su
hermanito, y, a cuyo melodioso cantar se duerme también el pequeño burrito. La
escena rescata o «eterniza», como gustaba decir el autor, las ancestrales nanas
que corren entre los pueblos y las casas del mundo. El acento de la niña es el
de Andalucía, tierra de poetas, de cante, de nanas flamencas y de riquísimas
melodías:
La chiquilla del carbonero, bonita y sucia cual una moneda,
bruñidos los negros ojos y reventando sangre los labios prietos entre la tizne,
está a la puerta de la choza, sentada en una teja, durmiendo al hermanito.
Vibra la hora de
mayo, ardiente y clara como un sol por dentro. En la paz brillante se oye el
hervor de la olla que cuece en el campo, la brama de la dehesa de los Caballos,
la alegría del viento de mar en la maraña de los eucaliptos.
Sentida y dulce, la carbonera canta:
Mi
niiiño se va a dormiii
en graaasia de la Pajtoraaa...
en graaasia de la Pajtoraaa...
Pausa. El viento en las copas...
...y pooor dormirse mi niñooo,
se duermeee la arruyadoraaa...
se duermeee la arruyadoraaa...
El viento... Platero, que anda, manso, entre
los pinos quemados, se llega, poco a poco... Luego se echa en la tierra fosca
y, a la larga copla de madre, se adormila, igual que un niño.
Este y otros capítulos de la obra
maestra de Juan Ramón Jiménez inspiraron una de las composiciones más
singulares del músico italiano Mario Castelnuovo Tedesco, Platero y yo, veintiocho
piezas para guitarra y narrador. En este sentido, hay que señalar que muchos célebres
compositores han creado o adaptado canciones de cuna (Mozart, Brahms, etc.)
inspirándose en la tradición popular. Manuel de Falla, en España, adapta, en Siete
canciones populares españolas, para voz y piano la sencilla nana:
Duérmete, niño duerme,
duerme, mi alma,
duérmete, lucerito
de la mañana.
Nanita, nana,
nanita, nana,
duérmete, lucerito
de la mañana.
Por último, queremos cerrar este breve panorama de la
canción de cuna con otro delicado ejemplo del género
del arrullo, pero, esta vez, tomado de nuestra lengua hermana; una nana de
despertar del gran Camões:
Nasce (a) estrela d'alva,
a manhã se vem :
despertai, minha alma,
não durmais, meu bem.
Glosario básico español
> portugués de términos relacionados con la canción de cuna:
Acunar (de cuna=berço): embalar,
balançar no berço ou nos braços, acalentar.
Arrorró: cantiga de ninar de origem
canária (das Ilhas Canárias, Espanha), emprega-se o termo às vezes como
sinônimo de cantiga de ninar. / Interjeição para fazer dormir o bebê.
Exemplo: Voy a cantarte el arrorró para
que te duermas.
Arrullar: embalar com sons ou cantigas
de ninar, adormecer o neném, acalentar, arrulhar.
Arrullo: embalo, acalanto.
Bebé: bebê, neném.
Canción de cuna: acalanto, cantiga de
ninar.
Cielo: céu. / apelativo carinhoso com
que se chama alguém: Duérmete, mi cielo.
Cuna: berço.
Estrella: estrela.
Hermano/a: irmão/ã.
Lucero: luzeiro.
Luna: lua.
Madre: mãe.
Mamá: mamãe.
Mecer: balançar no berço o neném.
Mecedora: cadeira de balanço.
Nana: cantiga de ninar, acalanto / babá
/ em alguns países também dodói.
Nene/a: menino pequeno.
Niño/a: menino/a.
Noche: noite.
Nodriza: ama de leite.
Padre: pai. / em outro contexto:
sacerdote.
Papá: papai.
Ro: interjeição repetida para adormecer
os bebês. (Usa-a, por exemplo, Gil Vicente na Canción de cuna al niño Jesús.)