segunda-feira, 30 de abril de 2018

Las canciones de cuna, cuna de la literatura / As cantigas de ninar, berço da literatura

  
 Por Rosa Clara Elena

No lloréis, mis ojos;
Niño Dios, callad;
que si llora el Cielo,
¿quién podrá cantar?

Félix Lope de Vega.

   
No en vano ha dicho el escritor y folclorista del Siglo de Oro, el andaluz Rodrigo Caro, que las canciones de cuna son las «reverendas madres de todos los cantares y cantares de todas las madres»; pues son estos cantares, de tantas madres y padres anónimos, como los invisibles cimientos sobre los que se levanta la civilización; constituyen los primeros cantos de la humanidad. Esta antiquísima vertiente de la canción popular cuenta con una rica tradición en la literatura de lengua española y portuguesa, tanto en las composiciones anónimas y populares, transmitidas de generación en generación –en las que se funden poesía y canto–, como en las más literarias, las que han salido de la pluma de grandes escritores de todos los tiempos.
            ¿Quién, entre los brasileños, no recuerda los versos «Dorme neném / Que a Cuca vem pegar / Papai foi pra roça / Mamãe foi trabalhar»? ¿O, entre los hispánicos, la canción de origen canario que dice «Arroró, mi niño, / arroró, mi sol, / arroró, pedazo / de mi corazón. / Este nene lindo / se quiere dormir, / y el pícaro sueño / no quiere venir»? ¿Quién no conoce en la España peninsular, y aun fuera de ella, la canción en la que aparece el Coco (o Cuco), personaje folclórico equivalente a la Cuca: «Duérmete, niño, duerme / que viene el Coco / y se lleva a los niños / que duermen poco»?


            El poeta Federico García Lorca, quien, muy afecto al folclore y a la poesía popular, estudió las nanas españolas e, incluso, creó algunas de ellas, decía de una antigua nana de Castilla: «es una canción que sonaría como una moneda de oro si la arrojásemos contra las piedras del suelo». Lo mismo podemos decir en general de estas composiciones tan valiosas como desconocidas. Lorca se refería a aquella tan antigua:

Duérmete, niño pequeño,
duerme, que te velo yo;
Dios te dé mucha ventura
neste mundo engañador.

Morena de las morenas,
la Virgen del Castañar,
en la hora de la muerte,
ella nos amparará.

            Las nanas son, pues, canciones de suave melodía que acompañan el movimiento de la cuna o de los brazos, y cuya finalidad principal es, como bien sabemos, inducir a los niños a dormir. Sin embargo, los recursos de tales composiciones pueden ser más o menos complejos; su forma, más o menos elaborada. Sus temas también pueden ser diversos. No faltan aquellas nanas, por ejemplo, que hacen referencia al trabajo de los padres y a las dificultades de la vida: «Duérmete, mi niño, / que tengo que hacer, / lavarte la ropa / ponerme a coser». A veces, son melancólicas y profundas –como la Nana de la cebolla de Miguel Hernández–; otras, más alegres y lúdicas, como La canción de cuna de los elefantes de Adriano del Valle. Pero los temas esenciales de las nanas son, sin duda, el amor y la protección de los padres, con los que quieren «arropar» al recién nacido. A través de la melodía y el ritmo, es decir, a través de una forma de arte, por sencilla que sea, las nanas establecen un lazo afectivo entre padres e hijos; la voz materna o paterna, los arrulla, los calma, los arropa y los protege, de modo que la canción de cuna contribuye naturalmente al desarrollo del niño. Y no muy tarde esta será sustituida –o se prolongará como canción infantil algo más compleja– por el cuento, lo que da continuidad a la presencia de los padres a la hora del sueño y a su tarea invaluable como formadores de la sensibilidad, la imaginación, etc., de sus pequeños.
            El escritor y pedagogo colombiano Rafael Pombo describe muy bien la importancia de la música y el verso en la primera infancia:

El niño prueba desde que nace un fuerte sentimiento del ritmo, o sea de la cadencia y medida de la palabra. Así como el camello parece gozar con el canto de la caravana o de su solo guía, y mientras oye el canto es infatigable, y aun dicen que ajusta su andar al ritmo de ese canto, el niño notoriamente gusta del canto de su nodriza, se aduerme con él, y los cambios de su ritmo lo perturban mientras no está en profundo sueño. Esto demuestra la particular eficacia del verso para su enseñanza. Los versos los atraen, les gustan, los repiten por placer, y se les fijan indeleblemente en la memoria. Son tal vez el más poderoso medio nemotécnico, observado y aprovechado en la enseñanza desde Pitágoras, Esopo, Locraano y Solón hasta Nebrija, y hasta el Padre Isla, los Iriartes…

            García Lorca, por otra parte, señala en la citada conferencia que, a través de las nanas o canciones de cuna, la madre «no solo gusta de expresar cosas agradables mientras viene el sueño, sino que lo entra [al niño] de lleno en la realidad cruda y le va infiltrando el dramatismo del mundo». Así se evidencia en los versos «Dios te dé mucha ventura / neste mundo engañador», en los que ya se quiere advertir al pequeño sobre los males con que podrá encontrarse. Aunque estos avisos no le lleguen en aquel momento, naturalmente, serán, como dice el mismo Pombo, una experiencia anticipada de la existencia, palabras que «quedarán de modo indeleble en su memoria» y entenderá después.


            Con todo, lo que rezuma la mayoría de estas canciones, las de tradición oral o las creadas por los poetas, es, según se dijo, el amor de los padres y, como reflejo de ello, la idea de protección humana y sobrenatural, de amparo y seguridad ante los temores que se manifiestan en la infancia y los peligros que puedan venir en el futuro. Ejemplo de este sentido de protección y de amor profundo es la nana del poeta Luis Rosales, citada por Carmen Bravo-Villasante en su Historia de la literatura infantil española:

Duérmete, niño mío,
flor de mi sangre,
lucero custodiado,
luz caminante.

Si las sombras se alargan
sobre los árboles,
detrás de cada tronco
combate un ángel.
[…]
lucero custodiado,
luz caminante,
duerme, que calle el viento…,
dile que calle.

            También, en esta línea de amparo y protección, cumplen un papel fundamental las oraciones-poema de la infancia. Cita Bravo-Villasante, en la mencionada obra, una oración-poema de Eugenio D’Ors que bien valdría como nana:

Cuatro ángeles
tiene mi cama,
cuatro ángeles
que me la guardan.

Cuatro ángeles
mi mesa tiene,
cuatro ángeles
que la abastecen.

Cuatro ángeles
tiene mi arado,
cuatro ángeles
para el trabajo
[…]
Pero un solo ángel
tiene mi espíritu.
Un solo ángel:
el más antiguo.

            La función de las nanas, como primeras formas mediante las que, entre otras cosas, se ahuyenta y combate el miedo, será después asumida por los cuentos de hadas y los múltiples héroes que, en ellos, enfrentan el peligro, los monstruos y el mal. Las nanas entonces, como después los cuentos de hadas, tienen también un papel catártico que ayudan al niño a vencer los miedos nocturnos y los monstruos de su imaginación, como diría Chesterton.


            Siendo expresiones de protección, de custodia, de un velar permanente,  es habitual la presencia en las canciones de cuna de diversas figuras a la vez celestiales y humanas que se convierten en símbolos de la maternidad, de la sabiduría, del amparo, etc. Así tenemos el ejemplo de la canción anónima Señora Santa Ana –de la que existen muchas variantes, como ocurre en la literatura de tradición oral–, conocida en todo el ámbito hispánico, que introduce la imagen de la abuela, o de la madre-abuela, como diría García Lorca; en este caso la del Niño Dios:

Señora Santa Ana,
¿por qué llora el Niño?
Por un manzana
que se le ha perdido.
Vamos a mi huerto,
yo le daré dos,
una para el niño
y otra para vos.

            Las nanas también son características en otras manifestaciones del arte popular, los villancicos, que se centran en el «Niño Chiquito», el Niño Dios. Lo que hace que estas típicas canciones navideñas se conviertan en nanas es el motivo del sueño del Divino Infante o el arrullo de la Virgen. Uno de los más famosos y antiguos es el anónimo Quedito, pasito:

Quedito, pasito,
Silencio, chitón,
que duerme un infante,
que tierno y constante
al más lindo amante
despierta al calor.

Quedito, pasito,
silencio, chitón,
no lo despierten, no;
A la e, a la o;
duerma mi amado,
descanse mi amor.
A la e, a la o.

            Como decíamos antes, muchos autores de diferentes épocas han escrito magníficas canciones de cuna. Tenemos numerosos ejemplos en los versos de Lope de Vega, García Lorca, Adriano del Valle, Gerardo Diego, Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Miguel de Unamuno, por citar solo algunos de los autores más conocidos. Entre todos ellos sobresale la figura de Lope de Vega, que mantiene de modo sublime la sencillez, la ternura, la musicalidad y la luminosidad del género. Una de las facetas más valiosas de Lope de Vega, autor lírico de primera línea, es precisamente su inspiración y cultivo de la poesía popular. El autor sabía, además, transformar cualquier momento de la vida cotidiana, cualquier instante de esos que se pierden entre las grandes acciones humanas, en la más perfecta forma poética. Valgan de ejemplo, en este sentido, los versos de una escena paternal y cotidiana protagonizada por su pequeño hijo:

Llamábanme a comer; tal vez decía
que me dejasen, con algún despecho:
así el estúdio vence, así porfia.
Pero de flores y de perlas hecho,
entraba Carlos a llamarme, y daba
luz a mis ojos, brazos a mi pecho.
Tal vez que de la mano me llevaba,
me tiraba del alma, y a la mesa
al lado de su madre me sentaba.

            Lope escribe numerosos villancicos y canciones de cuna que se insertan en obras mayores, como en el caso de Pastores de Belén, la única novela pastoril en lengua española vuelta a lo divino. Es decir, escribe canciones de cuna para el Niño Jesús. Pastores de Belén está dedicada, además, a su hijo Carlos Félix, muerto con tan solo siete años, hecho que también lo llevaría a componer la sublime elegía A la muerte de Carlos Félix.


            La obra pastoril vuelta a lo divino, Pastores de Belén, contiene la más hermosa canción de cuna de la literatura española, como ha dicho Alonso Zamora Vicente. La primera cuna de la que nos habla Lope, el primer abrigo, son los brazos de la Madre. Por ello, la Virgen le dice al Niño:

 Yo no tengo otros palacios
en que recibiros pueda,
sino mis brazos y pechos,
que os regalan y sustentan.

            La Madre luego se dirige a los ángeles a fin de que calmen el viento y el barullo de las palmas, y así pueda dormirse el Niño:

Pues andáis en las palmas,
ángeles santos,
que se duerme mi Niño,
tened los ramos.

Palmas de Belén
que mueven airados
los furiosos vientos
que suenan tanto,
no le hagáis ruido,
corred más paso,
que se duerme mi Niño,
tened los ramos.

El Niño divino,
que está cansado
de llorar en la tierra
por su descanso,
sosegar quiere un poco
del tierno llanto,
que se duerme mi Niño,
tened los ramos.

Rigurosos hielos
le están cercando,
ya veis que no tengo
con qué guardarlo.

Ángeles divinos
que vais volando,
que se duerme mi Niño,
tened los ramos.

            No menos tiernos y líricos son los versos, también de Pastores de Belén, en los que la madre intenta calmar el llanto del Niño:

No lloréis, mis ojos,
Niño Dios, callad;
que, si llora el Cielo,
¿quién podrá cantar?

Si del hielo frío,
Niño Dios, lloráis,
turbaráse el cielo
con tal tempestad.
Serenad los soles,
y el suyo podrá
deshacer los hielos
que os hacen llorar.
Cantarán los hombres
en la tierra paz,
Que si llora el Cielo,
¿quién podrá cantar?

Vuestra Madre hermosa,
que cantando está, 
llorará también
si ve que lloráis. 
O es fuego o es frío
la causa que os dan:
si es amor, mis ojos,
muy pequeño amáis. 
Enjugad las perlas,
nácar celestial,
que, si llora el Cielo, 
¿quién podrá cantar?

[…] 
Por estas montañas
descendiendo van
pastores, cantando 
por daros solaz.
Niño de mis ojos, 
¡ea!, no haya más; 
que, si llora el Cielo, 
¿quién podrá cantar?



            La poesía de Lope de Vega influiría en autores posteriores, en particular los poetas de la generación del 27, como el propio García Lorca, que retoman el verso sencillo y translúcido del gran escritor. Poeta de esta generación, Adriano del Valle, escribe «Berceuse» [nana] heroica y la famosa Canción de cuna de los elefantes, dos de los más bellos ejemplos de esta clase de literatura en el siglo XX. En estos poemas está presente la luna, otro de los elementos indisociablemente unidos a la poesía infantil y a las nanas. En La canción de cuna de los elefantes, el cachorro de los elefantes es como un niño que se rehúsa a dormir. El contraste entre su gran tamaño y su fragilidad infantil, está de más decirlo, es un hallazgo:  

El elefante lloraba
porque no quería dormir…
-Duerme, elefantito mío,
que la luna te va a oír…
Papá elefante está cerca,
se oye en el manglar mugir;
-Duerme, elefantito mío,
que la luna te va a oír…
El elefante lloraba
(¡con un aire de infeliz!)
y alzaba su trompa al viento…
Parecía que en la luna se limpiaba la nariz...

            Podemos citar también, como ejemplo de una «literatura del arrullo» –aunque no es una canción de cuna–, el famoso capítulo «La arrulladora», de Platero y yo, del poeta Juan Ramón Jiménez, en el que se describe el canto de una niña pobre, la hija de un carbonero, que acuna a su hermanito, y, a cuyo melodioso cantar se duerme también el pequeño burrito. La escena rescata o «eterniza», como gustaba decir el autor, las ancestrales nanas que corren entre los pueblos y las casas del mundo. El acento de la niña es el de Andalucía, tierra de poetas, de cante, de nanas flamencas y de riquísimas melodías:

   La chiquilla del carbonero, bonita y sucia cual una moneda, bruñidos los negros ojos y reventando sangre los labios prietos entre la tizne, está a la puerta de la choza, sentada en una teja, durmiendo al hermanito.
  Vibra la hora de mayo, ardiente y clara como un sol por dentro. En la paz brillante se oye el hervor de la olla que cuece en el campo, la brama de la dehesa de los Caballos, la alegría del viento de mar en la maraña de los eucaliptos.
  Sentida y dulce, la carbonera canta:

  Mi niiiño se va a dormiii
  en graaasia de la Pajtoraaa...

  Pausa. El viento en las copas...

  ...y pooor dormirse mi niñooo,
  se duermeee la arruyadoraaa...

  El viento... Platero, que anda, manso, entre los pinos quemados, se llega, poco a poco... Luego se echa en la tierra fosca y, a la larga copla de madre, se adormila, igual que un niño.


            Este y otros capítulos de la obra maestra de Juan Ramón Jiménez inspiraron una de las composiciones más singulares del músico italiano Mario Castelnuovo Tedesco, Platero y yo, veintiocho piezas para guitarra y narrador. En este sentido, hay que señalar que muchos célebres compositores han creado o adaptado canciones de cuna (Mozart, Brahms, etc.) inspirándose en la tradición popular. Manuel de Falla, en España, adapta, en Siete canciones populares españolas, para voz y piano la sencilla nana:

Duérmete, niño duerme,
duerme, mi alma,
duérmete, lucerito
de la mañana.

Nanita, nana,
nanita, nana,
duérmete, lucerito
de la mañana.



            Por último, queremos cerrar este breve panorama de la canción de cuna con otro delicado ejemplo del género del arrullo, pero, esta vez, tomado de nuestra lengua hermana; una nana de despertar del gran Camões:

Nasce (a) estrela d'alva,
a manhã se vem :
despertai, minha alma,
não durmais, meu bem.


  

Glosario básico español > portugués de términos relacionados con la canción de cuna:

Acunar (de cuna=berço): embalar, balançar no berço ou nos braços, acalentar.
Arrorró: cantiga de ninar de origem canária (das Ilhas Canárias, Espanha), emprega-se o termo às vezes como sinônimo de cantiga de ninar. / Interjeição para fazer dormir o bebê.
Exemplo: Voy a cantarte el arrorró para que te duermas.
Arrullar: embalar com sons ou cantigas de ninar, adormecer o neném, acalentar, arrulhar.
Arrullo: embalo, acalanto.
Bebé: bebê, neném.
Canción de cuna: acalanto, cantiga de ninar.
Cielo: céu. / apelativo carinhoso com que se chama alguém: Duérmete, mi cielo.
Cuna: berço.
Estrella: estrela.
Hermano/a: irmão/ã.
Lucero: luzeiro.
Luna: lua.
Madre: mãe.
Mamá: mamãe.
Mecer: balançar no berço o neném.
Mecedora: cadeira de balanço.
Nana: cantiga de ninar, acalanto / babá / em alguns países também dodói.
Nene/a: menino pequeno.
Niño/a: menino/a.
Noche: noite.
Nodriza: ama de leite.
Padre: pai. / em outro contexto: sacerdote.
Papá: papai.
Ro: interjeição repetida para adormecer os bebês. (Usa-a, por exemplo, Gil Vicente na Canción de cuna al niño Jesús.)






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