sábado, 5 de maio de 2018

Tres sapos literarios: Rinrín Renacuajo, Mr. Toad y Saltoncito


 Por Rosa C. Elena

Desde la Antigüedad, los más célebres batracios literarios, los sapos y las ranas, han sido protagonistas de toda clase de obras; de las más cultas y elaboradas a las más populares y sencillas; de la erudita poesía grecolatina a las ingenuas canciones infantiles… Basta recordar algunos de los textos que han salido de la pluma de grandes escritores de todos los tiempos, como La Batracomiomaquia, de Homero, una parodia épica en la que se desata una batalla entre ratones y ranas; las célebres fábulas de Esopo protagonizadas por estos simpáticos personajes o, ya en los siglos XIX y XX, los cuentos vivaces, humorísticos y formativos de Fernán Caballero o las entrañables historias de Mr. Jeremy Fisher, de Beatrix Potter. Las ranas también han sido personajes esenciales en la literatura de tradición oral y folclórica, especialmente en las canciones infantiles y en los cuentos de hadas. ¡Cuántas veces no nos habremos topado con una rana encantada en estas viejas historias! Una rana en la que se oculta un príncipe o un rey…


     En el siglo XIX, Rafael Pombo (Colombia, 1833-1912), autor de numerosos poemas infantiles (entre ellos, los célebres La pobre viejecita, Mirringa Mirronga, Juaco el ballenero, etc.), inspirándose en una canción inglesa (A Frog He Would A-Wooing Go), escribe El renacuajo paseador (incluido en el libro Cuentos pintados), cuento-poema que narra la malograda aventura de Rinrín, renacuajo muy pícaro, imprudente y elegante. Rinrín desobedece a su madre, quien le aconseja que no salga de casa, y decide visitar a Ratona –en cuya casa habrá música, jolgorio y cerveza–. En medio de la animada reunión, aparecen los hambrientos felinos de los que Rinrín, milagrosamente, logra escapar, pero en el camino de vuelta –seguramente saltando y saltando y mirando hacia atrás– lo pilla un pato «tragón».
    Esta es una de las tantas historias que Pombo nos narra en verso y en la que se destacan sus cualidades características: humor, ritmo y musicalidad, graciosas y ocurrentes imágenes, léxico exuberante y, por supuesto, una pequeña moraleja escondida. He aquí algunas estrofas del poema:

EL RENACUAJO PASEADOR

El hijo de Rana, Rinrín Renacuajo,
Salió esta mañana muy tieso y muy majo
Con pantalón corto, corbata a la moda,
Sombrero encintado y chupa de boda.
«¡Muchacho, no salgas!» le grita mamá,
Pero él le hace un gesto y orondo se va.

Halló en el camino a un ratón vecino,
Y le dijo: «¡Amigo! venga usted conmigo,
«Visitemos juntos a doña Ratona
«Y habrá francachela y habrá comilona.»

A poco llegaron, y avanza Ratón,
Estírase el cuello, coge el aldabón.
Da dos o tres golpes, preguntan: ¿«Quién es?»
«—Yo, doña Ratona, beso a usted los pies.»

«¿Está usted en casa?» —«Sí, señor, sí estoy
«Y celebro mucho ver a ustedes hoy;
«Estaba en mi oficio, hilando algodón,
«Pero eso no importa; bien venidos son.»

 Se hicieron la venia, se dieron la mano,
Y dice Ratico, que es más veterano:
«Mi amigo el de verde rabia de calor,
«Démele cerveza, hágame el favor.»
[…]

    Les recomendamos sobre todo la lectura de Cuentos pintados y Cuentos morales para niños formales, dos de los libros más valiosos y originales de la literatura infantil en lengua española. Aquellos que quieran conocer en profundidad la obra de Pombo para niños encontrarán en internet su libro Fábulas y verdades, cuarto volumen de sus obras completas (http://scans.library.utoronto.ca/pdf/4/9/fabulasyverdades00pombuoft/fabulasyverdades00pombuoft_bw.pdf) que reúne toda su producción infantil, además de un interesante apéndice en el que Pombo expone algunas ideas sobre arte y educación, y un original abecedario.

Mr. Toad

    No se puede hablar de sapos literarios sin mencionar al famosísimo Mr. Toad (Sapo, en español), personaje de un libro clásico de la literatura inglesa, The Wind in the Willows (El viento en los sauces), escrito por el escocés Kenneth Grahame (1859-1932), y que guarda ciertas semejanzas con Rinrín. Mr. Toad es el más singular y divertido de un grupo de amigos animales (Tejón, Ratita, Topo y Nutria) que habitan en un lindísimo rincón campestre de Inglaterra. Es un sapo aristocrático, refinado, elegante, impulsivo, fascinado por el progreso (los coches, en particular) y siempre está pronto para meterse en líos. Desoye los sabios y prudentes consejos de sus amigos, especialmente de Tejón. Su ciega fascinación por los coches lo lleva a «tomar prestado» y probar uno que se encontraba estacionado en una posada y, por ello, acaba en prisión. La hija del carcelero se apiada de él y, disfrazándolo de lavandera, lo ayuda a escapar… Esta es una de las peripecias de Sapo, que salta de una aventura a otra hasta volver a su magnífica mansión… aunque todo indica que pronto volverá a dar dolor de cabeza a sus amigos.


    He aquí un fragmento del divertido diálogo entre Sapo (que siempre está dispuesto a reconocer sus errores) y la bondadosa hija del carcelero:

    «Una mañana la chica estaba muy pensativa, y contestaba distraída, y al Sapo le pareció que no prestaba bastante atención a sus graciosas palabras e ingeniosos comentarios. Por fin la muchacha le dijo:
    —Sapo, escúchame, por favor. Tengo una tía que es lavandera.
   —Bueno, qué se le va a hacer —le contestó condescendiente el Sapo—. No pienses más en ello. Yo tengo algunas tías que deberían de ser lavanderas.
  —Cállate un momento, Sapo —dijo la niña—. Tu peor defecto es que hablas demasiado. Estoy intentando pensar y me estás levantando dolor de cabeza. Como te iba diciendo tengo una tía que es lavandera. Ella es la que lava la ropa de los prisioneros... Tratamos de que todos los negocios del castillo se queden en familia, ¿entiendes? Recoge la ropa sucia el lunes por la mañana y la trae limpia el viernes por la tarde. Hoy es jueves. Se me ha ocurrido una idea: tú eres muy rico..., por lo menos, eso es lo que me cuentas siempre..., y ella es muy pobre. Un par de libras no te suponen ninguna diferencia, pero a ella sí. A mí me parece que, si se le hace una buena oferta […], podrías llegar a un acuerdo para que ella te deje su ropa y su cofa, y te podrías escapar del castillo vestido de lavandera oficial. Al fin y al cabo, os parecéis mucho... tenéis el mismo tipo.
    —Lo dudo mucho —dijo el Sapo ofendido—. Yo tengo muy buen tipo, teniendo en cuenta lo que soy
  —Mi tía también —contestó la niña—, teniendo en cuenta lo que es. Pero haz lo que quieras. Eres un animal horrible, vanidoso y desagradecido. ¡Yo sólo quería ayudarte porque me dabas pena!
  —Sí, sí, claro. Muchas gracias —dijo el Sapo apresuradamente—. ¡Pero escucha! ¡No supondrás que el señor Sapo, de la Mansión del Sapo, salga vestido de lavandera!
  —¡Entonces el señor Sapo se puede quedar aquí! —dijo enfadada la niña—. ¡Me supongo que querrás marcharte en carroza!
   El honrado Sapo estaba siempre dispuesto a reconocer sus errores.
   —Eres una chica buena e inteligente —le dijo—, y yo, un Sapo vanidoso y estúpido. Si eres tan amable, preséntame a tu tía, y estoy seguro de que la excelente dama y yo llegaremos a un acuerdo».
   (Fragmento tomado del siguiente enlace:

Saltoncito

    Menos conocido –o quizá injustamente casi desconocido– es el personaje del uruguayo Francisco Espínola (1901-1973), Saltoncito, uno de los héroes más entrañables y nobles de la literatura infantil. Sus aventuras se narran en la novela Saltoncito, de 1930, y es una de esas obras que todos los niños –y los grandes– deberían leer alguna vez. Clásica, de enorme calidad literaria, llena de preciosas lecciones para la vida, es quizá el texto más profundo y formador de los protagonizados por animales; en él se amalgaman de modo admirable el arte y el contenido ético, la belleza, la poesía, la aventura y la ternura. Al contrario de Rinrín o el sapo aristócrata, Saltoncito es un humilde sapo que vive con sus padres en el charco. Es, también a diferencia de los otros sapos, dócil, ingenuo y, sobre todo, tiene un gran corazón. Su salida al mundo, su abandono del charco, se debe a un acto de nobleza y generosidad. Un día su padre desaparece misteriosamente sin que nadie pueda imaginar dónde ni con quién está. Saltoncito, al ver que el tiempo pasa y al encontrar tantas veces a su madre «muy triste, con la vista perdida en los campos y los ojos velados por las lágrimas», decide aventurarse más allá del charco para encontrar una posición que le permita ayudarla… Pero, después de numerosas aventuras y pruebas –también va a parar a una mazmorra, aunque injustamente–, encuentra mucho más de lo que espera… Ya lo decía el patriarca de los sapos: «Saltoncito llegará lejos, muy lejos…».


     Además del impecable estilo de Espínola y el interés narrativo que su obra despierta desde la primera página, son un hallazgo los nombres de los personajes –otros animalitos–: Glu-Glu, el sapo patriarca; Cabeza Giratoria, la lechuza; Ojos de Chispa, la víbora… Por todo ello, esta novela clásica es una deliciosa lectura de la que podrán disfrutar niños y adultos. Les dejamos aquí un fragmento de la obra: [observen que el español de la época de Espínola presenta algunas diferencias con respecto al español actual, como, por ejemplo, el uso enclítico de los pronombres]. 

    «A raíz de su desaparición [del padre de Saltoncito] corrieron varios rumores por el charco: alguien afirmó que Ojos de Chispa, la gran víbora que vivía cerca del bosque, se lo había devorado; otro trajo la noticia de que fue visto entre las rocas del arroyo, y el anciano Glu-Glu, el Patriarca, supo que Cabeza Giratoria, la lechuza, estuvo con él conversando en el llano…
     Pero lo cierto es que se fue el invierno y vino la primavera sin que Mángoa, la esposa del desgraciado sapo, ni Saltoncito, su hijo, volvieran a verlo más.
    Mángoa resignóse en su triste suerte y se dedicó a la buena crianza de Saltoncito. Todas las tardes llevábalo a tomar aire conduciéndolo hasta unas rocas desde donde se veían los verdes campos. Y, mientras ella, sacando su cesta de costura, se ponía a repasar la ropa, Saltoncito brincaba entre las pedrezuelas y las hierbas bajo los tibios rayos del sol.
  Muchas veces, al volver de sus correrías, encontraba a su madre muy triste, con la vista perdida en los campos y los ojos velados por las lágrimas. Saltoncito, comprendiendo el motivo de su pena, se trepaba a las rodillas de su madre y la besaba.
  Por no disgustarla se comportaba muy bien y le ahorraba las tareas que podía. A riesgo de que no lo creáis, os digo que él mismo se lavaba y se vestía, y que fue muy feliz cuando consiguió hacerse solo el lazo de la corbata.
[...]
    Llegó el invierno. Apenas si algún pájaro atravesaba el aire, triste y silencioso. La pradera había perdido sus hijas, las flores y, por consolarla, la lluvia tendía alfombritas de charcas, donde posasen sus delicados pies las estrellas que bajaban a engañar piadosamente a la madre.
   Saltoncito salía solo por los campos y cuando regresaba a su casa, toda la melancolía de la Naturaleza parecía inundar su corazón.
   “Esto que ves no es nada comparado con el resto del mundo”, –habíale dicho en cierta ocasión el anciano Patriarca–. “Cuando yo era joven conocí a un sapo de mucho mundo, hijo mío, y le oí contar cosas maravillosas: Reinos inmensos y riquísimos, con ciudades más grandes que cien charcos de éstos, juntos; palacios de piedras preciosas y de oro; reyes poderosos”.
   Y en el alma de Saltoncito nació e iba creciendo, hasta empujarlo, el deseo de abandonar la comarca y salir por el mundo.
   ¿Por qué no podría encontrar una hermosa ciudad donde trabajar conquistándose una holgada posición que le permitiera llevar con él a su madre y librarla de los continuos sobresaltos experimentados durante el verano, cuando la charca se seca hasta casi desaparecer?».
   (Fragmento tomado de:

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