Por Virginia Elena
Según se lee en el capítulo XII de
la Odisea, Ulises, advertido por la maga Circe, tapa con cera los oídos
de sus compañeros y manda que lo aten al palo mayor de su bajel para no
sucumbir ante el fascinante canto de las sirenas. Sabido es que estas criaturas
híbridas –mitad mujer, mitad pájaro–, a quienes Ovidio describe como aves de
plumaje rojizo y rostro de virgen, entonaban cantos melodiosos con la pérfida
intención de que los marineros estrellaran sus barcos contra los escollos. Con
el tiempo, sus plumas se transformaron en escamas: a partir de la Edad Media la
perversa mujer-pájaro se convirtió en la no menos perversa mujer-pez que
aparece en la iconografía y los bestiarios medievales. La lengua inglesa –explican
Borges y Guerrero en El libro de los seres imaginarios (1967)– cuenta
con dos términos para referirse a estos seres fabulosos: siren, para
designar a las sirenas tal como se las concebía en la Antigüedad, es decir, con
torso de mujer y cuerpo de pájaro; y mermaid, para denotar a las sirenas
con cuerpo de pez. En la misma obra se señala que su género es discutible: ¿se
trata de ninfas? ¿Monstruos? ¿Demonios? Algunos autores las han relacionado con
las arpías, con las musas, con los ángeles…
La ornitología, por su parte, cree que en el origen del mito de las
sirenas y su maravilloso canto se encuentra la amorosa llamada nocturna de la
pardela cenicienta (Calonectris diomedea), un ave pelágica del
Mediterráneo y el Atlántico, que nidifica en las rocas, cuevas y acantilados de
islas e islotes, desde Portugal hasta el Mar Egeo. Se trata de un ave robusta,
de unos 50 cm de largo, que al igual que la mayoría de las aves pelágicas puede
pasar meses en alta mar. Al llegar la época de reproducción, emprende el vuelo
hacia la costa, donde pone un único huevo. Es entonces cuando se puede oír su
particular voz, la cual, como la de las sirenas, se propaga en la inmensidad de
la noche entre abismos y arrecifes. Este longevo pájaro –puede vivir 30 años– vuela
a ras del agua buscando su alimento (shearwater lo denominan los
ingleses, en alusión a su característico vuelo); se nutre asimismo de desechos
de pesca, por lo que suele revolotear alrededor de los barcos pesqueros.
En el célebre cuadro Ulises y las sirenas (1891) del pintor
prerrafaelita J. W. Waterhouse, estos seres mitológicos, representados con un
rostro hermosísimo y un espeluznante cuerpo de ave de rapiña, sobrevuelan la cubierta
del barco ante la mirada entre fascinada y aterrorizada de Ulises y sus
compañeros.
Nenhum comentário:
Postar um comentário