Por Virginia Elena Hernández
Cuenta la leyenda que los hermanos gemelos
Tupí y Guaraní, cansados de las desavenencias entre sus mujeres, decidieron
separarse: Tupí permaneció en territorio brasileño; Guaraní se dirigió hacia el
sur. Lo cierto es que, partiendo de algún lugar incierto en el corazón de la
selva amazónica –para muchos situado en las cercanías del río Madeira–, los
hablantes del enorme tronco de lenguas tupí-guaraní se extendieron por Brasil,
Paraguay, Bolivia, norte de Argentina y Uruguay. Profundos conocedores de los
secretos de la selva y los bosques, alcanzaron zonas tan alejadas como las
estribaciones de los Andes, las islas del Caribe o el delta del Paraná.
Infatigables caminantes en busca de la mítica tierra dorada donde nace el sol
–la tierra sin mal–, abrieron senderos tan sugestivos como el Camino de los
Guaraníes, también conocido como Camino del Peabirú, reflejo terrestre de la
Vía Láctea (el Camino Eterno o Camino del Tapir, para los guaraníes), que, de los
Andes al océano Atlántico, se extendía por tres mil kilómetros. Amén de un
riquísimo y antiquísimo folclore, en el que descuellan mitos como el del Curupí
entre los guaraníes (Curupira entre los tupíes), el de la flor del ceibo, el
del Aho Aho o el del colibrí, nos legaron una toponimia tan abundante como
poética.
Entre estos topónimos, se encuentra
el nombre del país Uruguay, el cual proviene de un hidrónimo (nombre de río). En
cuanto a su etimología, se aventuran varias hipótesis: según el naturalista
español Félix de Azara, el topónimo procede de un ave llamada ‘urú’ (Odontophorus capueira), ‘gua’ (lugar, país) e ‘î’
(agua), es decir, «río del país del urú»); para otros, proviene de ‘uruguá’,
caracol, e ‘î’, agua, o sea, «río de los caracoles»; muy bellamente concibió su
nombre el poeta de la patria, Juan Zorrilla de San Martín, para quien Uruguay
significaba «el país de los pájaros pintados».
El elemento “î” (agua)
se repite en una multitud de topónimos (Aceguay, Queguay, Paraguay, Arapey, Gualeguaychú,
etc.), lo que no es de extrañar si tenemos en cuenta que los guaraníes y tupíes
se desplazaban siguiendo el curso de los ríos y arroyos, los cuales iban
nombrando a su paso, a lo largo y ancho de un continente pródigo en ellos.
En Uruguay –esa tierra
purpúrea que cantara el escritor William Henry Hudson (1885); una tierra de
pájaros, de playas, de ríos; de jacarandás, de ceibos, de ombúes–, los guaraníes,
quienes conciben la tierra como un cuerpo adornado, dejaron topónimos tan evocadores
como Aceguá («cueva de los llantos»), Guazunambí («orejas de venado») o Batoví
(«pezón de india joven»).
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