sexta-feira, 20 de julho de 2018

El dolor como fuente de inspiración literaria y el soneto "1964" de Jorge Luis Borges


En un texto escrito hace más de dos mil años –pero de una abrumadora[1] actualidad–, decía Aristóteles que el poeta trágico “al componer la fábula [la historia, la trama de la obra], […] debe asumir también, en cuanto sea posible, las actitudes de sus personajes, pues […] mueven más los ánimos aquellos que están apasionados, y con mayor realismo agita el que está agitado, y enoja el que está enojado. El arte de la poesía es, pues, propio de los que se encuentran exaltados o de los ingeniosos; estos son aptos para imaginar; aquellos propensos al éxtasis poético” [2].


    En el caso de la poesía lírica, aquella que descubre los sentimientos y los estados de ánimo del “yo lírico” (y, detrás de él, muchas veces los del poeta), la "pena literaria" resulta no solo más fácil de “ser asumida o vivida” –pues nace muchas veces de un sentimiento real, verdadero, de alguna experiencia vital que el poeta recrea o transforma o vierte en la creación tal como la ha vivido realmente–, sino que además tantas veces es el motivo de la inspiración, la razón misma de la creación literaria, quizá una forma de catarsis[3]... Difícil es determinar el grado de verdad, de sinceridad, de correspondencia entre la experiencia vital y la literatura; saberlo resultaría un dato enriquecedor, sin duda, pero extraliterario al fin y al cabo[4]. Sin embargo, a nadie se le escapa[5] que muchos de los mejores textos de la literatura universal de todos los tiempos se han nutrido del dolor, del desengaño, del desamor, de una profunda pena. Se diría que la pena es terreno fertilísimo en la literatura, especialmente en la poesía; porque existe, además, un mecanismo de consolación en la creación literaria, de catarsis, como decíamos antes (de la que también hablará Aristóteles, aunque aplicada no al poeta sino al público).
    Así tenemos, por ejemplo, esa obra enorme que son las Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique, del siglo XV, nacida del dolor de una pérdida particular y personal que, no obstante, el poeta transforma en un texto universal, en bellísimas reflexiones sobre lo efímero, la muerte, el valor del tiempo, etc.  En el Siglo de Oro de la literatura española, Cervantes nos da con el El Quijote aquella carta de amor en la que se manifiesta el desgarro[6] del corazón del protagonista por la ausencia de la amada, es decir, tenemos una sentida misiva del Quijote a Dulcinea, carta que Pedro Salinas ha llamado el más bello texto de amor escrito en lengua española. Comienza con aquella inolvidable frase: “El ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del corazón[7], dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene”. Aunque se trate de una pura ficción, incluso dentro de la ficción de la obra, pues Dulcinea como tal existe solo en la mente del personaje, el amor y el dolor son auténticos en el personaje y, por eso mismo, como diría Aristóteles, nos conmueven.     
    Más tarde, en el siglo XIX, Gustavo Adolfo Bécquer, que es, en cierto sentido, el prototipo de la poesía de la no correspondencia amorosa, escribe una de las páginas más recordadas y entrañables[8] de toda la literatura española, Volverán las oscuras golondrinas, cuyo tema es el desamor, la no correspondencia. Y en el siglo XX, Pablo Neruda dice en un majestuoso verso alejandrino[9]: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche…”, porque ha perdido (afectivamente, por una ruptura) a la mujer amada.
    Se suma a estos y muchos otros ejemplos de la mejor literatura española inspirada en la pena o el desengaño, un inmortal soneto de Jorge Luis Borges, 1964. El tema es, otra vez, el desamor, la ruptura, la no correspondencia de la mujer amada… Borges no recurre a tópicos fáciles y previsibles, a sentimientos “inflados” o artificialmente almibarados[10], a pesar de que en su texto está la luna, los jardines, la guitarra, la soledad… Los sentimientos y las cosas son los mismos de hace miles de años, pues en esto radica la grandeza de la literatura, en arreglárselas[11] para decir lo de siempre de un modo único, en encontrar metáforas originales –pues misteriosamente estas resultan inagotables–.


   Parece ya muy borgiano el escueto[12] título, 1964, un año, una fecha que se marca como en una lápida... no se dicen nombres, pero aquella experiencia ha quedado estampada en el tiempo. El tono sobrio y hondo del poema, el ritmo lento y majestuoso que le imprime la cadencia del soneto, el lenguaje sencillo y controlado y los hallazgos[13] metafóricos (“[…]Ya no hay / una luna que no sea espejo del pasado / cristal de soledad, sol de agonías”) hacen de él una especie de escultura en palabras; otra vez, lo que parece trillado[14] y difícil de decir de un modo original es singular y artístico; espejo de algo único, de lo que vive un ser humano de modo intransferible, pero universal al mismo tiempo –allí se reflejan tantos corazones que han vivido algo semejante–. Borges logra el “éxtasis poético”, ese misterio llamado arte que queda grabado en la memoria… Los dejo pues con 1964 (se trata en realidad de dos sonetos sobre el mismo tema. El que ponemos aquí es el primero).              




1964

I

Ya no es mágico el mundo. Te han dejado. 
Ya no compartirás la clara luna 
ni los lentos jardines. Ya no hay una 
luna que no sea espejo del pasado, 

cristal de soledad, sol de agonías. 
Adiós las mutuas manos y las sienes[15] 
que acercaba el amor. Hoy sólo tienes 
la fiel memoria y los desiertos días. 

Nadie pierde (repites vanamente) 
sino lo que no tiene y no ha tenido 
nunca, pero no basta ser valiente 

para aprender el arte del olvido. 
Un símbolo, una rosa, te desgarra 
y te puede matar una guitarra[16].
Jorge Luis Borges
Del libro El otro, el mismo




[1] Abrumador, a: de abrumar. En este caso, que produce asombro, admiración (DLE); impresionante.
[2] Se trata de la Poética de Aristóteles (s. IV a. C.), obra fundacional de la teoría literaria y en muchos sentidos insuperable.
[3] Catarse: Aristóteles habla de la catarsis en la Poética; es la expurgación de las pasiones de la piedad y el temor en el público a través de la obra trágica. También se extiende el concepto a la purgación, canalización o “liberación” de los sentimientos, especialmente los dolorosos.
[4] En definitiva, “afinal de contas”.
[5] Construcción frecuente en español que significa “ninguém ignora”, “todos sabem”.
[6] De garra: lo que se rompe, se deshace. En este caso, en sentido metafórico: que causa gran pena o despierta mucha compasión (DLE).
[7] En lo más íntimo de su ser.
[8]Apreciadas, queridas, adorables, conmovedoras, profundas.
[9] De 14 sílabas.
[10] De almíbar, “calda” de las frutas en las que se las conserva (“melocotones / duraznos en almíbar, higos en almíbar, etc.), líquido dulce.
[11] Virar-se, lidar, conseguir. “El muchacho se las arregló para viajar con poco dinero”.
[12]Breve, conciso, sin excesos ni adornos.
[13] Achados. En el caso de la literatura, un hallazgo es una idea, una imagen, etc., muy bien lograda, oportuna, brillante, original…  
[14] Muy repetido, conocido, “trilhado”.
[15] Têmporas.
[16] Violão.

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